El 25 de marzo recibimos la noticia de la caída del legendario puente Q’eswachaca, ubicado en el distrito de Quehue en la provincia de Canas, en Cusco. La confección de tejidos de fibra vegetal no pudo resistir debido a la falta de mantenimiento que realizan los miembros de las comunidades en esa zona. El alejamiento del trabajo colectivo de restauración por la pandemia que aquellos artesanos tuvieron que acatar, constituyó el motivo principal de este accidente. Q’eswachaca fue declarado como Patrimonio Cultural por el INC el 2013. Este cruza el río Apurímac y forma parte del Qhapaq Ñan que, a través de una red de vías ancestrales, une los territorios del Tahuantinsuyo.
No obstante, perdemos de vista una dimensión en torno de esta conexión vial. Cada año los miembros de cuatro comunidades cusqueñas realizan un ritual de restauración de los trenzados. Su diseño artesanal, representativo de la sabiduría desarrollada desde hace siglos, era usualmente intervenido en junio, el mismo mes de las celebraciones por el Inti Raymi. Esta actividad reproduce una tradición vigente desde hace 600 años, permanencia traducida en resistencia por estas comunidades en su transmisión de conocimientos. Si bien el puente representa un bien inmueble de valor material, es sobre todo, encarnación y herencia de cientos de años de técnica y arte, es decir, de patrimonio inmaterial.
En ese sentido, la actividad turística construye alrededor de este ritual de renovación una opción. Me explico. Miles de visitantes se congregan en el lugar donde el puente habita, ser viviente, para ser testigos del ritual. Conscientes de la importancia del Q’eswachaca, inferimos dos aspectos en relación al turismo y la cultura. Por un lado, emerge la evidencia de las comunidades y su relación simbiótica con la industria turística. Es decir, el proceso de producción ritual de la construcción del puente beneficia a cientos de personas en sus actividades cotidianas, y asimismo, constituye un espacio de aprendizaje, e intercambio. El sector y sus agentes promocionan experiencia ligada al desarrollo local de los distritos y comunidades cusqueñas de esa zona.
Por otro lado, el accidente da luces sobre la función y utilidad del puente, en tanto evidencia las consecuencias de la cuarentena que obliga a los comuneros a detener el habitual proceso de restauración. Si el ritual en tanto atractivo turístico cultural no es realizado, ¿corremos el riesgo de perder la tradición? Planteamos una posibilidad para la transformación del turismo.
Sabemos que la paralización del sector por la pandemia ha obligado a muchos actores a cerrar emprendimientos. Pero ¿qué sucede con las comunidades rurales que dependían del turismo? Entendemos que la demanda, a nivel general, viene cambiando. Los viajeros apuntan a otros intereses y desarrollan avidez de experiencias. Sin embargo, se mantiene la motivación para viajar, conocer y acercarse a culturas, aprendizajes, estilos de vida distintos. Esto deja el terreno fértil para un turismo que incorpora la participación del viajero en rituales y experiencias, como la reconstrucción del puente.
De otro lado, cabe mencionar que la transformación de la actividad turística parte de nuevos enfoques y el uso de tecnología, pero sobre todo, de un cambio en la percepción del usuario con respecto a la localidad y/o escenario que lo acoge. Por ello, es necesario implementar dinámicas que busquen involucrar tanto al sector privado como a la academia, las comunidades locales y el sector público. Ellos tendrán, en adelante, la tarea de fortalecer redes que incluyan comunicación permanente y vigilen responsablemente, la gestión y el cuidado de los recursos naturales, así como de las tradiciones, para constituirlas como propuestas activas y de valor sostenible.