A doscientos años de la Independencia, la nación se encuentra dividida en dos. Ninguno de los lados se entiende, no se conocen ni consiguen encontrarse el uno con el otro. Separados por múltiples factores, la consecuencia es una aguda desconfianza.
Es entonces imprescindible que cese ese absurdo antagonismo, esa forma de agrietar la nación en la que, sin mucha reflexión, se han volcado los extremos políticos.
Se sabe que tenemos un estado disfuncional. Falla en seguridad, educación, salubridad, alcance territorial, entre otras muchas cosas. También está claro que durante estos treinta años de crecimiento se han concentrado los beneficios en unos cuantos, lo que, al no alcanzar al grueso de los ciudadanos, es una constante fuente de reclamos. Además, la pandemia se encargó de mostrar el verdadero rostro del crecimiento sin bienestar, del profundo deterioro de la economía en amplios sectores de la población.
Se ha llegado al punto en el que el político antisistema, sin capacidad de gestión pública, con evidente ausencia de un equipo para gobernar, con ideas entreveradas e impracticables, sea el que tenga mayor posibilidad de llegar a la presidencia. Este resultado logró que se intensifique la polarización.
Se han dado las peores de las reacciones. En vez de proceder a una reflexión seria para entender la raíz del problema, se buscó la más aguda confrontación. Sucede que la reacción emotiva es enemiga de la reflexión, lo que podría estar conduciendo a un punto sin retorno.
En un artículo anterior se puntualizó que nos compete a nosotros, la sociedad civil, jugar un rol central de ahora y en adelante frente a los poderes del Estado y a su conducción.
Pero no es suficiente. En 1972, luego de un período de ostracismo, Deng Xiaoping reiteró una de sus tesis en la famosa frase “no importa de qué color sea el gato, mientras cace ratones”. Aquí, en nuestro Perú, se ha llegado a un punto en el que ser de derecha o de izquierda importa muy poco. Es poco relevante porque no aporta en el camino a los cambios que se requieren con urgencia e inmediatez.
Ante ello, se requiere tender puentes. Primero, en la sociedad civil, como sujetos activos de nuestro destino. Segundo, con el Estado, para que el crecimiento económico se traduzca en bienestar compartido, para superar esa diaria pobreza que se reproduce en la informalidad. No puede ser que el Perú sea un país rico en recursos con ciudadanos pobres y marginados.
¿Pero quién dará el primer paso con un aparato estatal disfuncional y que mantiene una desconfianza consuetudinaria por sus ciudadanos y viceversa?
A 200 años de iniciada la república, esta sigue siendo un intento, una vocación inacabada, en la cual la igualdad, la libertad, la inclusión ciudadana y, sobre todo, el bienestar para todos, sigue siendo un grave pendiente. Los puentes en la sociedad civil (ciudadanía) y de esta con el Estado requieren de un alto grado de reflexión para ir al encuentro de los puntos básicos. De esta manera, se podrá enfrentar la crítica situación actual, enrumbando a un cambio con bienestar. Ese debería ser el compromiso ciudadano por adoptar. Esa debería ser nuestra contribución para el bicentenario.