El propósito de las vacunas es prevenir la muerte y las complicaciones de salud que ponen a prueba el sobrecargado sistema de atención médica. Todas las vacunas autorizadas lo hacen, y su seguridad y eficacia en ensayos clínicos han superado las expectativas. Pero, ¿la vacunación detendrá la propagación del COVID-19? Eventualmente, sí.
Los datos disponibles sugieren que las vacunas reducirán, al menos en parte, la transmisión. Debería haber más datos en los próximos meses. Hasta entonces, las medidas de precaución como el uso de la mascarilla y el distanciamiento seguirán siendo importantes.
Es cierto que, según los resultados de los ensayos clínicos, tanto las vacunas Pfizer como Moderna son altamente efectivas para prevenir la enfermedad COVID-19, pero se desconoce qué tan bien previenen la infección con el virus SARS-CoV-2. Aunque COVID-19 y SARS-CoV-2 a menudo se usan indistintamente, son fundamentalmente diferentes. No se puede tener la enfermedad sin el virus, pero se puede tener el virus sin la enfermedad.
¿Por qué los científicos fabricarían entonces vacunas que protegen solo contra una enfermedad en lugar del virus que la causa? No se propusieron hacer eso, pero es el resultado de las exigencias de los ensayos clínicos. En la práctica, estos se pueden completar más rápidamente si el criterio de valoración del ensayo es algo que se puede observar fácilmente. Si la infección por SARS-CoV-2 fuera el criterio de valoración, los participantes deberían someterse a pruebas semanalmente. Entonces, en aras de la eficiencia, el criterio de valoración principal de los ensayos clínicos fue si las vacunas protegen contra los síntomas del COVID-19. Este enfoque de estudio también tiene sentido desde una perspectiva de salud pública. Las vacunas pueden transformar lo que normalmente sería una enfermedad grave en algo leve y manejable.
Cuando los científicos desarrollan una vacuna contra un virus nuevo, es difícil predecir si la vacuna evitará por completo la infección. Pero es muy poco probable que las vacunas que tienen un 95% de efectividad en la prevención de enfermedades sintomáticas no tengan ningún impacto en la infección. Los datos de estudios en animales y ensayos de vacunas sugieren que la vacunación reduce la infección asintomática, así como la cantidad de virus producido en las personas infectadas.
Estas vacunas son una victoria para la salud pública. Haríamos bien en recordarnos el poder transformador de las vacunas que previenen las enfermedades sin prevenir por completo la infección. Cuanto antes reduzcamos la propagación y protejamos a la mayor cantidad posible de personas mediante la vacunación, antes podremos relajarnos.
–Glosado y editado–
© The New York Times