Este domingo, Chile va nuevamente a las urnas. Luego de elegir una asamblea constituyente como salida política al estallido social que se inició en octubre del 2019, en esta ocasión los chilenos se dirigen a una elección presidencial que parece que no se resolverá sino hasta en una segunda vuelta un mes más tarde. Según las últimas encuestas, que hay que tomar con pinzas por la inconsistencia en la participación política de los chilenos (el voto es voluntario), todo indica que pasarán José Antonio Kast, del Partido Republicano, y Gabriel Boric, de Apruebo Dignidad.
Como destacó Michael Reid en “La Tercera”, Chile se ha decantado por dos polos opuestos, “con posibilidades reales de que el gobierno que surja de ella sea o el más izquierdista desde Allende o el más derechista desde Pinochet”. Todo esto, además, a poco más de dos años de uno de los estallidos sociales más masivos de los que se tiene recuerdo.
Guardando las claras distancias, es interesante notar el legado o desenlace de lo que se inició en octubre del 2019 en Chile y lo que transcurrió en el Perú en noviembre del 2020. Tras el desencanto con la clase política que el protagonismo de los independientes pareció insinuar en la elección para la asamblea, la competencia se tornó centrífuga, como destaca Reid, aunque ninguna opción tenga ciertamente un apoyo mayoritario. Si bien los resultados para la asamblea constituyente sugerían una “peruanización” de la política chilena, la competición se ordenó un poco y se fue decantando hacia los extremos, con Boric hacia la izquierda y Kast hacia la derecha. En el Perú, pocos meses después, la elección presidencial vino casi en seguida y ninguna fuerza política reflejó o logró representar el sentimiento detrás de las marchas. De alguna manera, no hubo una solución política al malestar social y la desafección se plasmó en la atomización del voto en la primera vuelta.
Con un poco más de tiempo, sí asoman ciertas fuerzas que, de alguna manera, podrían consolidarse en un escenario similar al chileno. Una pregunta interesante es qué posibilidades hay de que surja un candidato de ultraderecha en el Perú con el peso electoral que parece tener Kast a unos pocos días de los comicios en el país de la estrella solitaria.
En un artículo –muy recomendable, por cierto– publicado en el medio “Tercera Dosis” (“La rubia debilidad de la derecha”), el politólogo Juan Pablo Luna intenta responder a las interrogantes tras el surgimiento de Kast en Chile. ¿Cómo es posible que en un país que fue testigo de uno de los estallidos sociales más intensos de los últimos años, un candidato de derecha radical esté peleando las elecciones presidenciales este domingo?
Entre otros factores, Luna afirma con extraordinaria síntesis que “especialmente en sociedades desiguales, la extrema derecha prospera cuando logra articular coaliciones electorales amplias pero segmentadas”. En el caso de Bolsonaro, por ejemplo, eso fue la “coalición de las 3 B: biblia (sectores evangélicos conservadores), buey (latifundistas) y bala (sectores atraídos por la mano dura frente al delito)”. Es algo de lo que intenta replicar Kast en Chile, aunque Luna señala que queda la duda sobre cuán efectivo ha sido el candidato en aterrizar ese mensaje fuera de ciertos sectores más acomodados en Santiago.
¿Es posible pensar en el arraigo electoral de un candidato así en el Perú? La dificultad para construir una coalición electoral amplia, fuera de Lima, fue quizá el principal obstáculo que alguien como López Aliaga encontró en su intento por alcanzar la presidencia. Parte del atractivo del fujimorismo se debió a su capacidad de ser transversal en la sociedad, pero su rol opositor desde el 2016 lo desgastó mucho. Sin visos de una derecha liberal, el Perú seguro verá intentos por articular una coalición similar, en preocupante tendencia en más de un país de la región y del mundo.