La crisis política en el Perú es tal que, en cada elección, nos vemos forzados a elegir el “mal menor”. Las de 2021, sin embargo, fueron más extremas. ¿Acaso ambos candidatos finalistas representaban el “mal mayor”? ¿Cómo definir el mal mayor?
Para evaluar a nuestros políticos y reconocer el mal mayor, usemos cuatro categorías: integridad, corrupción, utilidad e inutilidad. Combinándolas y jerarquizándolas, obtenemos el siguiente ránking preliminar: 1. íntegro útil (el bien mayor), 2. íntegro inútil (el bien menor), 3. corrupto útil (el mal menor) y 4. corrupto inútil (el mal mayor).
Más de uno dirá que no es así, que el corrupto útil es mejor que el íntegro inútil. Me refiero a los profetas del “roba pero hace obra”. Estos profetas, pienso, son de dos tipos. Por un lado, se encuentra el pesimista, que dice: “No existe político íntegro. Elijamos, al menos, a quien haga obras”. Esta persona ve solo corruptos y juzga al útil como el mal menor.
Por otro lado, se encuentra el pragmático. Este reconoce la existencia de políticos íntegros, pero dado a elegir entre un íntegro inútil y un corrupto útil, prefiere a este último. La lógica es similar: “El corrupto, por lo menos, hará obras. En un país con tantas necesidades, no podemos darnos el lujo de perder tiempo sin que se haga nada”. La duda es si el corrupto puede ser útil.
Esta se resuelve rápidamente si recordamos los costos de la corrupción, que son de dos tipos: tangibles e intangibles. Los costos tangibles son altísimos (ver “Historia de la corrupción en el Perú”, de Alfonso Quiroz), pero pongamos un ejemplo simple, el de un puente: este se colocará donde no se necesita, costará el doble o triple de lo que debería y se “desplomará” al poco tiempo.
Respecto a los costos intangibles, pensemos en dos. En primer lugar, en la destrucción de las instituciones. Estas (el Poder Judicial, la municipalidad, la policía, etc.) ya no harán aquello que deben hacer: servirán a los corruptos. En segundo lugar, la pérdida de la confianza entre los miembros de una sociedad que, como es obvio, resulta esencial para la vida en común.
Según esto, quien piensa que el corrupto útil es mejor que el íntegro inútil se equivoca completamente. El íntegro inútil, por lo menos, nos ahorrará los costos señalados. Las instituciones se preservarán, la confianza ciudadana seguirá viva, las pocas obras que se hagan serán bien hechas y el dinero que no se use quedará en las arcas del Estado.
¿Y qué decir del corrupto inútil? ¿Es este peor que el corrupto útil, el mal mayor? No. Cuando hablamos de un corrupto útil pensamos en alguien que, buscando el poder para sí mismo, por lo menos tiene habilidades prácticas que prometen resultados. Pero si el corrupto busca servirse a sí mismo, sin duda será mejor que no cuente con estas habilidades que lo hacen más peligroso.
Según lo anterior, la escala cambia y queda así: 1. íntegro útil (el bien mayor), 2. íntegro inútil (el bien menor), 3. corrupto inútil (el mal menor) y 4. corrupto útil, que “roba pero hace obra” (el mal mayor). Idealmente, nuestro político será un íntegro útil. En el peor escenario, en cambio, tendremos en el poder a un corrupto útil.
Las elecciones del 2021, empero, han añadido una nueva categoría, un nuevo tipo de político: el acrítico, amigo, exmiembro o quizá hasta miembro de una organización terrorista. Este, qué duda cabe, es peor que el corrupto útil: el “nuevo” mal mayor de la política