Hipótesis: si el clima de confrontación que predomina en la política peruana, en que la oposición parlamentaria no da tregua al Gobierno y este agrava sus actitudes de intolerancia y empleo de expresiones insultantes contra todo aquel que discrepa, entonces el 2015 podría poner en aprietos la estabilidad democrática del país, al punto de afectar la gestión pública y crear un clima de violencia que enturbiaría el proceso electoral que debe culminar con las elecciones generales de abril del 2016.
Análisis: ¿alarmismo innecesario? No. Veamos el curso de algunos escenarios críticos:
1. La economía. Lo deseable es que las medidas adoptadas para cortar la desaceleración funcionen bien y que la economía recupere un ritmo que supere el 6%. ¿Será posible? Sí, no es imposible que las rebajas en algunos tramos impositivos, la reducción de las trabas burocráticas, las gestiones para incrementar la presencia de la inversión privada extranjera, los estímulos añadidos a la demanda y las mejoras de nuestra competitividad obtengan un crecimiento de la economía. Sin embargo, se requiere de un clima de confianza, de respeto a las reglas jurídicas y a los derechos que la Constitución reconoce y ampara, y de fiel observancia de los parámetros de un sistema democrático que da a cada cual los espacios que le corresponden: separación de poderes, respeto a los partidos políticos, estricta observancia de los derechos humanos, Estado de derecho.
2. La política. Sin ceder en las posiciones que obedecen a principios y desde una óptica de comprensión del Estado constitucional de derecho, oposición y Gobierno tienen que dialogar y buscar puntos de coincidencia, que signifiquen que en todo lo que es sustantivo y coincidente con el interés nacional, la tolerancia y la regla esencial de la democracia tiene que ser aceptada por los actores políticos, sociales y económicos. Se evitará así la inestabilidad y se podrá manejar mejor los graves problemas que provienen principalmente de la desigualdad y la exclusión.
Particular importancia tiene aquí el respeto a la dignidad de la persona que debe prevalecer en el país. Coadyuvará la serenidad que el presidente de la República y sus ministros observen en la conducción de los asuntos públicos. La misma discreción es obviamente exigible a la oposición. La intransigencia, la terquedad y confundir estos estados de ánimo con el principio de autoridad no solo incrementa la confrontación, sino que conducen directamente a la generación de conflictos sociales. ¿Se gana algo con ellos?
En cuanto a los ministros, hay quienes están haciendo una buena gestión. Es destacable el empeño del ministro de Educación por construir un sistema educativo y unos programas de escolaridad modernos, que nos saquen de la mediocridad que predomina en este sector. Sin embargo, otros –como el titular de Economía, de cuya inteligencia y esfuerzos por hacer las cosas bien no dudo–, perturbados tal vez por la obsesión de que solo lo que es “técnico” es bueno, incurren en la ingenuidad de ignorar que el cargo de jefe de una cartera es político y que la gestión ministerial es de responsabilidad política. Esta afirmación desconoce la utilidad de los aportes de la técnica, cuando está bien fundamentada y su aplicación no atenta contra los derechos fundamentales de la persona. No obstante, ministro, atacar las posiciones políticas discrepantes de sus medidas, apelando a calificativos despectivos como “politiquería”, es desconocer que uno de los fundamentos esenciales de la democracia es la participación y la construcción social a través de instituciones que facilitan el orden y la convivencia de una estructura societaria. Esa es la función y la importancia de los partidos políticos. Recuerde, en todo caso, ministro, que el fundamento de la política es la ética, mientras que la técnica es meramente instrumental y, por tanto, dependiente de la política.
Así, el principal error en el tema de la ley de empleo juvenil ha sido, más que un texto en que hay problemas de incongruencia con la Constitución, haber prescindido de los canales de la política democrática, que invitan a dialogar y convencer, antes que a imponer.
Cuidado con esas buenas intenciones, pues, a veces –como dice Dante, en la “Divina comedia”– llevan directamente al infierno. Pensemos, más bien, en sumar esfuerzos para que en este año predominen la legitimidad y racionabilidad de los actos de gobierno y de los que a su vez corren por cuenta de las fuerzas políticas que tienen representación nacional. Volvamos todos al mensaje de la mesura, la que más rápidamente fructifica en situaciones que fortalecen a la economía, y en que la política es el mejor guardián de los derechos que la Constitución reconoce a todas las personas.