La línea de división que separa al gobierno de la oposición fujimorista ha quedado definitivamente marcada tras el pedido de confianza denegado a Fernando Zavala. Las buenas formas exhibidas por ambos bandos tras la salida del primer ministro no pueden ocultar la cuestión de fondo: al Consejo de Ministros ya le han retirado una vez la confianza y, a la próxima, el presidente tiene la facultad de convocar nuevas elecciones legislativas. La dinámica que adopte la relación entre el Ejecutivo y el Congreso en los próximos meses tendrá como escenario de fondo el fantasma de unas posibles elecciones anticipadas. Se abre un nuevo panorama político.
El ingreso de Mercedes Aráoz a la jefatura del Gabinete es una buena oportunidad para buscar una relación más fluida con el Legislativo. Aráoz debería construir un vínculo basado en las coincidencias que tiene con el fujimorismo, la fuerza mayoritaria. Debería, en otras palabras, buscar relanzar las iniciativas del gobierno a las que a Fuerza Popular le resulte demasiado costoso oponerse. En la toma de mando el año pasado, el presidente Kuczynski puso énfasis en una agenda para los más pobres. Las bases sociales del fujimorismo recibirían de buen agrado un impulso renovado a esa agenda.
Sin embargo, el hecho de que el presidente busque una relación más fluida con Fuerza Popular no significa que el oficialismo deba prescindir de un sistema de alianzas más sofisticado. La accidentada salida de Zavala ha dejado muy en claro cuán ingenuo sería que el gobierno ponga todos los huevos en una sola canasta. Si bien hay voces que auguran aguas más calmadas tras la confianza denegada, no debe descartarse la posibilidad de que el fujimorismo apueste nuevamente por una confrontación frontal con el gobierno –incluso si esta precipita una nueva elección– si el Ejecutivo se sigue debilitando.
En esta búsqueda de alianzas el gobierno debería, ante todo, enfocarse en las fuerzas representadas en el Congreso actual. No es lo mismo ser censurado solamente por el fujimorismo, que por una alianza multipartidaria. En el voto de la semana pasada, Zavala no logró la confianza del Apra, Acción Popular y la izquierda. La única bancada que votó a favor junto con el oficialismo fue la de Alianza para el Progreso. El partido de Acuña parece ser el único en entender que con quien se enfrentará por el poder nacional en el 2021 y el regional en el 2018 es con Fuerza Popular, y no con el gobierno, que carece de maquinaria política.
En segundo lugar, en esta búsqueda de aliados, el gobierno debería prestar atención a la arena regional y tomar en cuenta las particularidades del sistema electoral que se utiliza para las elecciones legislativas. Si tras una nueva censura, el presidente decide elegir un nuevo Congreso, debería estar preparado para hacer una buena elección. Una de las razones por las que el año pasado Fuerza Popular obtuvo el 56% de los escaños con solo el 36% de los votos válidos, es el tamaño de los distritos electorales. La mediana es de cuatro escaños por distrito. Como el partido de Keiko Fujimori fue primero o segundo en casi todos los distritos, obtuvo representación parlamentaria en las 26 regiones del país. Para que el oficialismo pueda aspirar a ser por lo menos segundo en la gran mayoría de regiones, debe formar alianzas con políticos locales que sean muy populares.
En este último punto entra el voto preferencial. Las lealtades electorales en el Perú son más individuales que partidarias. Si a Fuerza Popular le fue tan bien en Lima el año pasado –obtuvo 15 de 36 escaños– fue, en parte, gracias a los 326.037 votos preferenciales de Kenji Fujimori, que trajo adhesiones para el resto de su lista. En la capital una alianza con políticos de mucha recordación – por ejemplo, Lourdes Flores, a quien se voceó para presidir el Gabinete– sería indispensable. En las regiones habría que hacer un ejercicio similar y tratar de convocar a los líderes más capaces y populares que estén fuera de la órbita fujimorista.
Sacrificar a Fernando Zavala, una figura de absoluta confianza del presidente, ha tenido un costo para el oficialismo. Sin embargo, también le ha dado una nueva herramienta frente a la oposición. Para que la amenaza de nuevas elecciones sirva como arma de disuasión, el gobierno no puede seguir aislado. Es hora de que el presidente mire más allá de sus propias fronteras.
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