El desánimo que muestran las encuestas sobre la situación de nuestro país se debe en gran parte a este Gobierno y a las evidencias que nos da: numerosos ejemplos de improvisación, indecisión e ineptitud. Las razonables sospechas de corrupción de autoridades y ministros forman un nudo más que agregar a la cuenta de las desilusiones. Un país puede vivir sin recursos, pero no sin la esperanza de lograrlos algún día. Si, como dice Gabriel García Márquez, “la ilusión no se come, pero alimenta”, la misión de cualquier líder es sembrar la convicción de que esta es posible. El actual presidente, con su incapacidad para deslindar del ala radical de su partido, con su renuencia a dejar de lado la asamblea constituyente, con sus encuentros nocturnos en Breña, con sus mensajes a propósito de los ascensos de militares y, finalmente, con su capacidad para “tomar indecisiones”, como ha escrito Augusto Álvarez Rodrich, no representa a nadie que intenta mirar el futuro con buenos ánimos.
Pero esta ola de desánimo no empezó con este Gobierno. Es parte de nuestra historia y en su versión moderna ha tenido distintos inicios. Uno de ellos ocurrió hace cinco años, cuando se aliaron Fuerza Popular y el Partido Aprista Peruano para tumbarse a un ministro como Jaime Saavedra. Siguió con algunos casos como el de setiembre del 2018, cuando la Comisión Permanente del Congreso exoneró al entonces juez supremo César Hinostroza de pertenecer a una organización criminal. Podría decirse también que empezó en julio de ese año, cuando se reveló una trama corrupta en el Poder Judicial peruano que luego involucraría al entonces fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Siguió y tuvo un punto alto en el conato de golpe que llevaría a Manuel Merino a la Presidencia, dando lugar a la rebelión de las calles y la pérdida de vidas. Los tres poderes del Estado y casi todos los partidos tienen responsabilidad en el desánimo de hoy. Su expresión más clara fue la proliferación de candidatos en las elecciones de este año y la segunda vuelta a cargo de los dos peores. Si hay tantos candidatos y ninguno nos convence, es normal que la votación sea tan dispersa. La fragmentación es inseparable del escepticismo.
Y, sin embargo, aún en medio de todas estas decepciones, hay algunos temas que rescatar de estos años perdidos. En primer lugar, los análisis de muchos periodistas, médicos y abogados, cuyas opiniones se han vuelto una referencia autorizada. También, la actuación de algunos fiscales y jueces. De igual forma, la publicación de numerosos libros de investigación periodística revelando secretos de figuras políticas. Asimismo, la presencia de una minoría de los actuales congresistas, como Flor Pablo y Edward Málaga, que han marchado por las calles contra el intento de acabar con la reforma universitaria. Incluso en el Ejecutivo se puede encontrar alguna buena noticia, como el éxito de la campaña de vacunación gracias al Ministerio de Salud.
Y si queremos agregar algunas otras buenas noticias, lejos del ámbito enrarecido de la política, tenemos que alegrarnos del reconocimiento de la Unesco como patrimonio cultural de la Humanidad a los valores culturales implicados en la artesanía Awajún. Se trata de un trabajo cerámico hecho por mujeres de enorme calidad: una comunidad golpeada a lo largo de los siglos, que ha resistido a través del arte.
Según leemos, para la cultura Awajún (o aguaruna), aunque los dioses han creado el universo, estos se mantienen lejos de las acciones humanas. Son los seres humanos quienes labran su propio destino. La solución a nuestros problemas vendrá de nosotros mismos, de algún miembro de nuestra comunidad. Si los aguarunas de Amazonas y regiones aledañas han resistido con esa esperanza, entonces tenemos algo que aprender de ellos.