La segunda identidad política más fuerte en el Perú es el antifujimorismo. Según la sistematización de una encuesta nacional (IOP-PUCP), es un cuarto del electorado (la identificación política más arraigada, recordemos, es el antiaprismo con un tercio). La década autoritaria y antipolítica gobernada por Alberto Fujimori generó animadversión perdurable en un sector importante del país, no solo en las clases medias, sino también en las populares. La probabilidad de ser antifujimorista aumenta en los hombres, los más educados y los mayores.
El antifujimorismo es ideológico. Si una persona se autoidentifica como de izquierda, aumenta la probabilidad de ser un férreo opositor al fujimorismo. El antifujimorista definitivamente apoya el sistema democrático (lo considera la forma de gobierno preferible) y es un defensor intransigente de los derechos humanos (cree que es un tema decisivo para cualquier mandatario). En el contexto electoral del 2011 consideraba que Keiko Fujimori no era democrática y que Ollanta Humala sí.
El antifujimorista es programático. Evalúa las consideraciones de las plataformas de gobierno para evaluar su voto. No le interesa estar involucrado en actividades clientelares ni se fía de los atractivos personales de los políticos. Le interesan, sobre todo, sus planes y propuestas. No es materialista. A diferencia del fujimorista, no se fía de las obras de cemento (por ejemplo, carreteras) realizadas por los gobernantes como un criterio para respaldarlos. Asimismo, tiene una opinión negativa del fujimorista de a pie. Cree que solo buscan el beneficio personal. Aunque no los consideran personas bien intencionadas, tampoco llegan a tacharlos de fanáticos fundamentalistas. Los perciben más bien como oportunistas.
Durante el proceso electoral del 2011, el antifujimorista tendió a votar por Ollanta Humala en la primera y en la segunda vuelta. Las probabilidades de que votase por Kuczynski y por Castañeda eran bajas, no así por Toledo. Evidentemente, muy pocos dieron su voto a Keiko Fujimori. Empero, ello no significa necesariamente que Fujimori no pueda ‘robar’ votos en la izquierda. La candidatura de Humala en el 2011 concentró no solo al antifujimorismo, sino también al voto de izquierda. De no haber postulante atractivo para el espectro zurdo, el izquierdista no antifujimorista (pocos pero muy útiles en escenarios de definiciones) podría terminar apoyando a Fujimori, convirtiéndola en su ‘mal menor’.
El reto que tiene el fujimorismo es reducir sus anticuerpos. Así como conquistaron “las mentes y los corazones” de un quinto del electorado, también produjeron detractores radicales. Fuerza Popular ha iniciado un proceso de institucionalización como partido y, al parecer, será la organización nacional con mayores candidaturas regionales en octubre. Su ‘nueva’ etapa requiere no solo de esfuerzos organizativos, sino además de un trabajo consistente en la opinión pública. Algo así como una “hoja de ruta” democrática (¿estarán en la capacidad y voluntad para hacerlo?) que atenúe el antifujimorismo y atraiga a independientes.
Los próximos comicios generales serán la oportunidad para saber con certeza cuál de las identidades políticas relevantes en la actualidad (el antiaprismo y el antifujimorismo) influya más en elegir (o evitar) al próximo gobernante.