Lo incómodo de revisar la performance de algún país o región es que probablemente nos coloque fuera de nuestra zona de confort. Muy lejos de los diagnósticos aceptados o de los modelos mentales que alguna vez aprendimos. En esta columna, confieso que deseo molestarlo (sacarlo de su zona de confort) y, al mismo tiempo, en aras de merecer un poco de su tiempo, serle útil invitándolo a revisar dónde está hoy esa región del planeta a la que llamamos América Latina.Todas las cifras en estas líneas nos refieren a indicadores de desarrollo económico del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, data accesible para cualquiera de nosotros. Económicamente hablando, esta región puede ser catalogada de diferentes maneras. Aquí lo haremos basados en un hecho que la caracteriza, cuando menos, en el último siglo: en esta región ningún país se ha desarrollado. Tenemos, pues, una región de naciones siempre subdesarrolladas, que emergen y se sumergen repetidamente, como un reflejo directo de la torpeza de sus ideas más populares. El escritor H.G. Wells pudo estar pensando en otros parajes cuando sostenía: “La historia humana es en esencia una historia de ideas”, pero si en algún lugar esta afirmación tendría un asidero difícil de esconder sería en América Latina. Y es que aquí todo el mundo presume que la tiene clara. Repiten que somos una región rica… ‘pero lo que pasa es que bla-bla-bla’. Desdichadamente, revisar las cifras no da pie a mayores confusiones. En el 2015, el PBI per cápita de un latinoamericano se ajustaba casi matemáticamente con el promedio mundial (99,2%) y equivalía a menos de un tercio (27,7%) del de una nación efectivamente rica (Estados Unidos). Nótense aquí dos cosas. Primero, como región estamos distanciándonos consistentemente de la noción de país desarrollado. En los hechos, el ratio del PBI per cápita de un latinoamericano sobre su similar estadounidense en el 2015 resultaba 8% menor al ratio registrado a inicios de los ochenta. Segundo, el declive también se aprecia consistentemente en relación con el resto del planeta. En 1977, la región registraba un PBI per cápita 25% más alto al promedio global. No obstante, como reflejo del despertar chino, indio y de otras naciones del sudeste asiático (y a pesar del declive relativo de la Unión Europea como porción de la torta global), hoy somos una región promedio… y pasamos raspando, como diría un escolar.Sería útil desencantarnos de la creencia que somos una región muy rica (eso sí, con productos nacionales que fluctúan significativamente desde Puerto Rico hasta Argentina). Es sano que, de una buena vez, interioricemos que nuestro problema central no es ni la desigualdad, ni la masiva corrupción burocrática que nos caracteriza: nos hunde nuestra pobreza. Es cierto que en los últimos 60 años hemos triplicado nuestro PBI per cápita en dólares constantes. Y en términos absolutos, nunca hemos consumido más o invertido más. Pero en términos relativos, somos un puñado de naciones pobres (no las más pobres del planeta). Un grupo que no da evidencia de estar dentro de una senda de desarrollo económico por varias generaciones. En dólares constantes, en el 2015 un latinoamericano promedio y un estadounidense promedio produjeron 14 mil y 53 mil dólares, respectivamente. Haciendo lo que hemos estado haciendo durante las últimas cinco décadas, la distancia es muy difícil de remontar.¿Existe una salida? Sí. Y nos la han repetido varias veces: apertura, apertura y apertura. Desde 1960, las cifras lo confiesan implacablemente. Nada se asocia más a parciales ganancias en crecimiento y desarrollo económico regional como la elevación del coeficiente de apertura comercial. Para elevar nuestra apertura a los niveles registrados en otras naciones que se desarrollaron recientemente (como Singapur), tenemos que abrir comercial e institucionalmente nuestras economías en forma drástica. Con cambios institucionales enormes de los que ningún líder habla hoy.Necesitamos transitar hacia un entorno institucionalmente predecible, mercados libres, aranceles e impuestos bajos, y claras prioridades en la asignación del gasto público. Y descartar esa arraigada combinación de mercantilismo, socialismo y demagogia que sella a América Latina desde el siglo pasado. Una agenda tan retóricamente conocida como factualmente olvidada.