La fuerza de la oferta artística que el Perú ha llevado a ARCO, la feria de arte madrileña, y a varias exposiciones paralelas en Madrid, junto con la acogida que ha tenido en la prensa española, me hace pensar una vez más en el tamaño del potencial dormido que nuestro país tiene en su riqueza cultural. En eso, y en lo mucho que el sector privado podría hacer para despertar este potencial y hacerlo trabajar en favor del país y sus habitantes. Después de todo, las que acaso sean las tres exposiciones que más atención han recibido –la de la cultura Nasca, la del arte amazónico y la de la revista “Amauta”– han sido hechas por una organización totalmente privada, el Museo de Arte de Lima (MALI). La misma organización que, por otra parte, es el hogar profesional de la curadora que seleccionó a los artistas contemporáneos que expusieron dentro de ARCO.Hace ya más de una década, Marcela Pérez de Cuéllar usó sus considerables contactos internacionales, carisma y empuje, para convencer a World Monuments Fund, una organización internacional privada dedicada a la conservación del legado monumental de la humanidad, de que abriese su primera sede latinoamericana en el Perú (WMF Peru). En los primeros años del proyecto ella todavía no vivía en Lima y tuve la enorme suerte de que me pidiera ayudarla con el trabajo desde acá. En ese camino, aprendí tres cosas.
La primera, que el Perú está sembrado de monumentos. Son muchos más que aquellos de los que normalmente tenemos conciencia y están por todas partes: al borde de las carreteras, abajo de los cultivos, arriba de los cerros, al frente de las playas, en medio de las invasiones, incluso adentro de las minas. No es sorprendente, tratándose de un país que ha sido hogar de civilizaciones desde hace ya milenios.La segunda. La enorme mayoría de esos monumentos está o en muy mal estado o enterrada. Lo que ayuda mucho a que acostumbre pasarnos desapercibida.La tercera. Los incentivos para la participación privada en conservación y gestión del patrimonio monumental son casi nulos. En algunos casos, como en el supuesto marco tributario para las donaciones, se trata de saludos a la bandera. Y en otros, como en las posibilidades de introducir a la empresa privada en el patrimonio arqueológico del país, lo que hay son prohibiciones directas (esto último se trató de cambiar en el gobierno de Ollanta Humala con un meritorio decreto legislativo que fuertes protestas cusqueñas hicieron derogar).Detrás de este tercer punto existe una mentalidad que asume que el legado monumental de un país es “un derecho ciudadano” y no puede ser por tanto objeto de derechos privados. Una mentalidad que, a la vista de nuestra realidad, solo puede ser o desconectada o hipócrita: en la práctica, la mayoría de nuestros monumentos termina siendo un derecho del polvo, que los posee.
Aunque, desde luego, el polvo no excluye cierto tipo de usos humanos. Por ejemplo, la mayoría de las 366 huacas declaradas por el Ministerio de Cultura que existen en Lima Metropolitana malviven una vida llena de peligro. De acuerdo con un reportaje de “Ojo público”, solo entre el 2009 y el 2017 se produjeron 1.566 atentados contra estos recintos, muchos de ellos por traficantes de terrenos. Y esto es en la capital...Así aparece la oportunidad perdida de la que comencé hablando. Según el Mincetur, el grupo más grande de turistas que visita el Perú es el que lo hace motivado por sus atractivos culturales. Esto sucede cuando la enorme mayoría de nuestros monumentos están bajo la tierra o mal cuidados, mal explicados y en situación de difícil accesibilidad. Pese a todo, hablamos de una industria que ya en el 2017 generaba divisas por US$4.573 millones (BCRP). ¿Cuáles podrían ser estos números si el Perú tuviese la mayoría de sus monumentos puestos en valor en lugar de abandonados? Nuestro país fue el centro cultural de la América prehispánica y de la Sudamérica colonial. En Latinoamérica, solo México puede competir con el legado cultural que los peruanos hemos recibido de nuestro pasado.La oportunidad perdida, por supuesto, no es solo económica. En la mayoría de los casos, hay una gran pérdida en términos de belleza. Y, acaso menos evidentemente, hay también una enorme pérdida de información. No por gusto decía Alejandro Dumas que los monumentos son “pensamientos erigidos en piedra”. Suelen estar llenos de mensajes sobre cómo las civilizaciones que los crearon veían el mundo –y, ciertamente, también el ultramundo–. Por eso en el caso de las civilizaciones sin escritura, como las culturas peruanas prehispánicas, la desaparición de monumentos se parece a la de los tratados de la antigüedad que no llegaron hasta nosotros: miradas del pasado perdidas para siempre.Nuestro patrimonio monumental necesita lo que normalmente tienen las cosas que duran y florecen: titulares –concesionarios, por ejemplo– personalmente interesados en su bienestar, promoción y desarrollo. Esto puede suponer iniciativas filantrópicas como la del antes citado MALI (el lucro no es la única manera en la que los privados pueden sentir que “rentabilizan” su tiempo y dinero), pero no tiene por qué excluir los negocios. Al fin y al cabo, si el Perú es tanto más famoso en el mundo por su legado gastronómico que por el monumental ello se debe en buena parte a que el primero sí ha podido ser algo que al segundo se le niega: una gran oportunidad de negocio e inversión.