La institución política más desprestigiada del Perú va a tener, desde el restablecimiento de la bicameralidad en el 2026, prerrogativas y facultades superiores a las actuales. Más impopular y más poderosa. Para la mayoría, el Congreso de la República no tiene remedio. Pero no podemos caer en la inopia y la inacción. La tan manida “crisis de representación” se agrava a nivel parlamentario, pero no por culpa exclusiva de nuestros “padres de la patria”. Los problemas se hallan en la demanda (los electores), en la oferta (los elegidos) y en la conexión entre ellas (el sistema político). Las soluciones, también.
A nivel de la demanda, el ‘motto’ debería ser despolarizar. Salir de los círculos viciosos de (des)información en los que estamos encapsulados. En la actualidad, los medios –incluyendo los “independientes”– están condenados a producir contenidos para ratificar prejuicios. La directora de uno de estos confiesa que cuando entrevista a un invitado de posición política distinta a la editorial pierde audiencia. Paradójicamente, la cooperación internacional contribuye al financiamiento de estas burbujas. Es decir, colabora con la polarización. Para el proceso electoral venidero, despolarizar va de la mano con informar. Es decir, necesitamos promover campañas de despolarización. Pero, con más de 40 partidos inscritos, lo más probable es que tengamos decenas de listas de candidatos y, por lo tanto, miles (no exagero) de postores a los cargos de senadores y diputados. Es decir, mucha dificultad para que usted pueda definir su opción preferencial. Los símbolos partidarios (tradicionales, conocidos y debutantes) y las correspondientes planchas presidenciales serán los atajos para que usted marque las aspas de turno con el “anti” de siempre. Más que su elección, será la selección del partido.
A nivel de la oferta, existe más campo para la acción. Si bien la mayoría de los partidos tendrá que escoger a los integrantes de sus listas al Senado y a Diputados de los padrones de sus miembros, queda todavía espacio para incluir a ciudadanos que no adscriben militancias. Se requiere generar dos tipos de filtros para una mejor selección de candidaturas –sin caer en la ingenuidad de las primarias–: uno ético y otro despolarizador. Con respecto al primero, podríamos establecer instancias suprapartidarias –iniciativas del sector privado a través de las tantas fundaciones que alientan o de instituciones como la Defensoría del Pueblo o la Contraloría General de la República– que revisen y expongan públicamente los antecedentes (judiciales, políticos, laborales y económicos) de los precandidatos antes de ser incluidos oficialmente en las listas. Los partidos son tan débiles que requieren que esta función pueda ser “tercerizada”, así como un ‘service’ de recursos humanos que va a la caza de futuros CEO. La responsabilidad final será de los partidos, sin dudas, pero cuantos más veedores incluyamos –privados y/o públicos–, mejor será la selección final.
Con respecto al filtro despolarizador, este pasa por la captación de cuadros que, manteniendo sus posiciones ideológicas, promuevan la moderación. Extremistas, abstenerse. Los partidos emplean sus escuelas de formación (gracias al financiamiento público) como mecanismo de reclutamiento, pero son pocos los casos exitosos. Además, existen iniciativas privadas que tratan de suplir esta función a través de programas de formación o de fundaciones internacionales más afines a doctrinas precisas. Pero estas “escuelas” tienen serias deficiencias que las vuelven inútiles: programas curriculares alejados de la realidad y poco prácticos, selección ‘naif’ de “estudiantes” y estructura paternalista (“siéntate que yo te enseño”). Acá también existe espacio para una iniciativa privada de colaborar la socialización de ideas moderadas a través de redes y círculos en los que participen los precandidatos congresales. Imagínense sesiones de intercambio (nada de clases) entre postores a cargos de elección popular y funcionarios públicos de alto rango (integrantes del BCR, de la contraloría, de la escuela diplomática) que podrían evitar bochornosos incidentes como el de los congresistas preguntando a Julio Velarde qué hace para generar puestos de trabajo (sic). Además, no descartemos la idea de establecer un “certificado oficial” como prerrequisito interno de partidos, para que sus precandidatos pasen por cursos sobre el Congreso, pues la Oficina de Participación Ciudadana del Legislativo tiene módulos para ello.
Vayamos al sistema político. Es más complicado porque no se trata de voluntades de actores privados, sino de acuerdos políticos a concretarse en reformas. Hay que empezar resaltando que el retorno a la bicameralidad va a poner más mesura a los reflejos populistas que surgen en un contexto antipolítico. Pero la bicameralidad, tal y como está diseñada, está pensada en las fallas de gestión parlamentaria, pero no tanto de representación. El criterio que establece el último dictamen en la materia considera la representación política como algo exclusivamente proporcional al tamaño del electorado: “un diputado por cada 160 mil electores y el doble de electores por cada senador” (sic), manteniendo las jurisdicciones electorales principalmente alrededor de los departamentos, con excepciones (Lima provincias, Lima Metropolitana, el Callao y electores en el extranjero). Es decir, el número de legisladores no queda fijo, sino que crecerá proporcionalmente a la población. Pero más congresistas no son, necesariamente, mejores congresistas.
Al respecto, insisto con la idea de ajustar la representación congresal a ‘clusters’ y ejes de desarrollo económico. Es decir, dibujar las jurisdicciones electorales plurinominales para diputados en “micro-distritos” (suma de provincias al interior de departamentos o suma de distritos al interior de Lima Metropolitana) y para senadores en “macro-distritos” (suma de departamentos para constituir cinco macrorregiones en todo el país). Estas demarcaciones deben establecerse con criterios técnicos según la dinámica económica, social y cultural existentes (hace más de una década Macroconsult hizo el estudio respectivo) y no a través de ‘gerrymandering’ tendencioso, como impulsan algunos ingenieros electorales espontáneos. La reglamentación de la bicameralidad puede ser realmente histórica si trasciende los corsés de delimitaciones políticas tan caducas que se remontan al virreinato. De otro lado, se estanca en el siglo XX.
En concreto, propongo mejorar la oferta de aspirantes al Congreso a través de un ‘outsourcing’ partidario en la selección ética y despolarizadora de sus precandidaturas. Tercerizar filtros para la selección y alentar el reclutamiento de políticos moderados son dos caminos viables en el corto período pendiente. Y, para mejorar la calidad de la representación, tenemos que georreferenciarla conforme a las dinámicas de nuestra economía de mercado. Estas propuestas no las encontrará en el recetario de la cooperación internacional porque, como lo ha dicho un jefe de misión, no tienen idea de lo que pasa en la política peruana.