El presidente electo no se ha puesto todavía la banda. Ni se han instalado los legisladores. La calma chicha es un término marinero. Cuando las naves necesitaban de vientos. Los marinos entonces aprovechaban para revisar la nave, los garfios, los cabestrantes. Sobre todo el casco, parte principal de la embarcación. Por lo demás, no me sorprendió el hecho de que Keiko no ganara la presidencia. Véase la sumilla de mi artículo en El Comercio un 1 de mayo (“Vamos a los hechos. Keiko tiene bancada, pueblo y partido. Y precisamente por todo eso, puede perder. Así somos”), mucho antes que los resultados de la segunda vuelta. La suma de fuerzas nuevas, en vez de afianzarla, ayudó a que el entorno de PPK volteara la campaña. Así son las cosas en nuestro país. Se gana Palacio con rumores. Ahora nos toca saber qué es lo que sigue. Somos un país de régimen presidencialista. Y la política son decisiones. Y es perfectamente legítimo que las cartas de la baraja del poder no se bajen hasta su hora cumplida.
Ahora bien, para prepararse a lo que pueda venir, del lado de PPK o de Keiko, o de la misma Verónika, por mi parte limpio mis utensilios. Y de entrada, cierta conceptualidad insuficiente para dar cuenta de la complejidad que habita la realidad peruana. Quiero ser franco. Solemos razonar desde conceptos antitéticos. Izquierda/derecha. Los de arriba/los de abajo. Conservadores/reformadores. Reaccionarios/revolucionarios. No niego que tengan algún valor pero me ha pasado vivir en sociedades cuyos dirigentes dieron la sorpresa de combinar formas de poder y, entonces, el sistema de clasificación de regímenes tuvo que pasar de pares opuestos a combinaciones trifásicas. Por ejemplo, la existencia de reformadores conservadores liberales.
Por extraño que nos parezca, existen. Hasta hoy, hemos partido de la hipótesis que solo las revoluciones producen cambios profundos. Pero estas son pocas, 1789, 1917 y 1910, la Revolución mexicana. Y 1949, Mao en Beijing o en 1959, Fidel Castro. Y son muchas las sociedades que evolucionaron sin revoluciones. Aquellas en que se combinaba el respeto a las instituciones tradicionales mientras se producían grandes reformas. Un reformador social fue De Gaulle. Solicitó a los ciudadanos ayudarlo a construir un Estado fuerte y eso es hasta nuestros días, la V República francesa. No estoy diciendo que se den esos pasos en Lima, sino señalo otro tipo original de políticos. Los hubo en el Viejo Continente con el alemán Konrad Adenauer, el italiano Alcide de Gasperi, el francés Jean Monnet, padres de la Unión Europea. Conservador reformador fue el rey Juan Carlos I, y Adolfo Suárez, luego promovido a duque, por la hazaña política de transformar a España en una democracia siendo a la vez un régimen monárquico.
Reformador conservador es Fernando Henrique Cardoso en Brasil. Pero claro está, solemos fijar nuestra atención en Lula. Cardoso, dos veces presidente y que hizo una política combinada de neoliberalismo y de medidas sociales, con apoyos diversos tanto de la derecha como de la izquierda brasileña. Estados Unidos tiene varios reformadores conservadores en su historia. El Roosevelt que enfrenta la gran recesión con el New Deal, el nuevo pacto. La historia de EE.UU. lo considera hoy “un hombre de centro con políticas socialistas”. Y de Kennedy a Obama, es un tiempo de grandes reformas. Sin romper las instituciones ni el liberalismo político.
Los tuvimos en nuestro pasado, Piérola. Para sorpresa de todos, el caudillo se vuelve estadista en 1895 y no solo funda su partido, el Demócrata, sino que se une a sus rivales, el Partido Civil, y lleva adelante una de las mejores administraciones, lo cual explica el auge del Perú de 1900 a 1930. No gobernó sino una vez y fue suficiente. En fin, ante un amigo mío, que conoce bien en lo personal a PPK, le pregunto en qué sueña el presidente electo. Y me dice, en ser un “Belaunde más enérgico”. Creemos conocerlo. No es un ‘outsider’, se conoce al ministro pero no, todavía, al mandatario. Puede ser una sorpresa. Su victoria electoral habría consolidado el statu quo. Y al sector de las finanzas que se suele llamar “el poder fáctico”, y en los análisis de Francisco Durand, “empresas multinacionales”. Unas 30 cuenta Durand y apenas “9 nacionales”. No nos engañemos, apostaron a PPK para que al modelo no se le toque ni un pelo. Esa finalidad sería un grave error.
Nos habita una racionalidad económica, la economía abierta. Pero no una racionalidad política. Lo he dicho en otra ocasión: “Mientras los índices de progreso macroeconómico son estables e incluso prósperos, se acrecienta la inestabilidad política”. Hay crecimiento y a la vez malestar. Si continuamos sin Estado seguiremos con el “desarrollo achorado” (Carlos Meléndez). Y lo que por mi parte llamo “lumpenburguesía”. El sector acomodado de los informales reacios a los impuestos (en El Montonero). Ahora bien, si los beneficios de la modernidad siguen ampliando la brecha social, este país se incendia. Si no hay reforma alguna una ‘Dama de Hierro’, una Thatcher local los impondrá en el 2021. Mejor sería si el gobierno entrante enfrente las borrascas —es decir reformas impopulares— que esperar tempestades. Un economista de carrera que corona su vida con una presidencia puede hacerlo. Muchos suben por la izquierda para gobernar por la derecha. Quizá PPK haga lo contrario. Las reformas también las hacen gobiernos conservadores. Si encarnan una burguesía inteligente. Pero ya sabemos, “la historia es un cementerio de élites”. Vilfredo Pareto.