En una fascinante compilación del historiador chileno Eduardo Cavieres, titulada “Integración en la triple frontera” (2016), el profesor Mauricio Fuentes plantea que en América Latina conocemos más la historia de Europa que la de nuestros vecinos. Nadie negará, como lo dijese Eric Hobsbawm, el ecumenismo de la Revolución Francesa y su célebre Toma de la Bastilla del 14 de julio de 1789. ¿Pero cuál es el día de Brasil, de Bolivia o de Chile?
De la independencia de este último me enteré por mi oficio de historiador y mi especialización en nuestras relaciones binacionales. Supe entonces que, como el Perú, Chile conmemora varios eventos pues su independencia fue un proceso que inició en 1810 y concluyó en 1818. Sin embargo, los estados suelen elegir una fecha exclusiva para festejar su emancipación. En el Perú optamos por las proclamaciones de San Martín en Lima, el 28 de julio de 1821, aunque la guerra concluyó en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. En Chile eligieron una fecha temprana, el 18 de setiembre de 1810, interesante porque no recuerda una victoria militar, sino la decisión soberana de los vecinos de Santiago.
Entonces se vivía la invasión napoleónica a España (1808) y la captura del rey Fernando VII. En América, diversas ciudades formaron juntas de gobiernos fieles a Su Majestad, pero pronto cambiaron su lealtad por un abierto separatismo. Así fue en Buenos Aires, Caracas y Santiago, ciudad que el 18 de setiembre de 1810 instaló su Primera Junta Central de Gobierno y nombró a Mateo de Toro y Zambrano como su presidente.
Entonces empezó para Chile la Patria Vieja, que sucumbió ante la reacción realista del virrey Fernando de Abascal, quien recuperó el control hispano sobre su antigua capitanía, tras derrotar al prócer Bernardo O’Higgins en Rancagua el 1 y 2 de octubre de 1814. Pero el enérgico virrey solo ganó tiempo. Simultáneamente, en España, Fernando VII recuperó su trono y reinstauró el absolutismo, tras negarse a firmar la Constitución de Cádiz de 1812. Dicha Carta Magna había aquietado la agitación americana, pues su contenido liberal satisfizo varias demandas como el acceso a cargos públicos, el fin del tributo indígena, etc.
La vuelta de don Fernando supuso la del autoritarismo borbónico, pero ya no había España con el poder para imponerlo ni América que lo soportase. De allí la explosión de la segunda oleada separatista continental que vio unirse, en Chile, a las fuerzas de José de San Martín con las de Bernardo O’Higgins, que derrotaron definitivamente la resistencia realista en Maipú, el 5 de abril de 1818, donde el prócer chileno intervino sin sanar aún las heridas que le infligieran días antes en Cancha Rayada.
¿Cómo se relaciona la emancipación de Chile con el Perú? En primer lugar, la independencia hispanoamericana es un solo proceso separatista y esta mirada regional debería prevalecer en la enseñanza escolar de nuestros países. En segundo lugar, ambos líderes, argentino y chileno, comprendieron que la guerra contra el imperio borbónico solo concluiría con la expulsión de los españoles del Perú, de lo que resultó la expedición libertadora del sur, de la que participaron batallones de ambos países hermanos. Sin embargo, no es acertado colegir de ello que el Perú, sin más, fue independizado. Contradicen esta idea las independencias espontáneas de varias ciudades de la intendencia de Trujillo a fines de 1820.
Dejando de lado miradas cerradamente nacionalistas y haciéndole honor a un presente que prioriza la integración socioeconómica, sirvan estas líneas para recordar la independencia de un país vecino con el que debemos trabajar en conjunto para potenciar el desarrollo recíproco y superar, conociéndonos más, la desconfianza mutua que todavía se aloja en el imaginario colectivo.