El chiste dice que hay dos clases de economistas: aquellos que no saben hacer predicciones y aquellos que no saben que no saben hacer predicciones. Lo que esto quiere decir es que los economistas, en general, no somos muy buenos para los pronósticos económicos –ni tampoco para los chistes–.
Sin embargo, como en cualquier cierre de año, los pronósticos económicos sobre el año siguiente abundan. El FMI y el Banco Mundial predicen que la economía global crecería en 3,4% y 2,8% durante el 2017, respectivamente. Los pronósticos locales apuntan a una economía peruana que se expandiría 4,3% durante el próximo año y 4,2% el siguiente.
¿Qué tan acertadas suelen ser estas proyecciones? Para vergüenza de mi gremio, no mucho. Un buen número de economistas no pudo prever las tres últimas crisis económicas de Estados Unidos, ¡incluso meses después de que estas hubieran comenzado! En noviembre del 2007, a menos de un año de la caída de Lehman Brothers, el consenso de economistas daba probabilidades de 1 en 500 de que la economía de Estados Unidos se contrajese en más de 2% para el 2008. Lo hizo en 3,3%.
Pero las rajaduras en nuestras bolas de cristal no se limitan a la previsión de crisis. Estudios que contrastan las proyecciones económicas para Estados Unidos desde 1968 con las cifras reales de crecimiento encuentran que el resultado final estuvo fuera del rango de confianza de 90% casi la mitad de los años. Si usted piensa que es imposible tanta mala suerte en tantos años, tiene razón.
A nivel nacional las cosas no son mucho mejores. En los últimos diez años, la Encuesta de Expectativas del BCR a analistas económicos sobre la tasa de crecimiento del PBI en los siguientes 12 meses estuvo alejada del resultado final, en promedio, 2,1 puntos porcentuales cada año. Por su parte, las expectativas a dos años fallaron en 2,6 puntos porcentuales.
Para poner esto en perspectiva: si todos esos años –en vez de usar sofisticados análisis y regresiones– hubiésemos proyectado que el PBI peruano simplemente crecería a 6% (aproximadamente la tasa potencial del período), el error hubiera sido de 1,96 puntos porcentuales en promedio cada año. Es decir, en general, nos hubiera ido mejor asumiendo que el PBI siempre crecerá a 6% en vez de hacer complejas proyecciones en base a si el futuro Plan Quinquenal de China hará que el precio del cobre suba o a si se viene una buena temporada para la anchoveta.
La verdad es que la economía de un continente, de un país o incluso de una ciudad son extremadamente difíciles de simplificar en un modelo, e incluso más difíciles de proyectar. Con miles o millones de personas, empresas y gobiernos tomando decisiones a cada hora, adaptando sus expectativas e interactuando entre sí, el espacio para la incertidumbre es enorme.
¿Quiere todo esto decir que debemos descartar cualquier intento de proyección económica? ¿Que estamos abandonados, en el mejor de los casos, a la absoluta ignorancia y, en el peor, al completo azar? Por supuesto que no. Hay patrones estables, inercia y también escenarios más viables que otros. Con alta probabilidad, por ejemplo, el crecimiento del Perú seguirá siendo mayor que el de Venezuela o Ecuador durante el 2017.
Lo que sí quiere decir todo esto es que, con demasiada frecuencia, los economistas transmitimos proyecciones que dan la sensación de ser más robustas de lo que en realidad son. Y que, a su vez, con muy poca frecuencia retrocedemos a verificar el tamaño del espacio entre la flecha y el blanco. Quizá si hiciésemos esto último más seguido encontraríamos que muchas de nuestras proyecciones han sido, a lo sumo, un mal chiste.