Puñetazos aparte, el cine puede haber entrado en un conteo final. No sé si ha muerto, pero sí que está muriendo una forma de verlo. Un dato a propósito: la audiencia de la ceremonia del Óscar del domingo pasado fue la segunda más baja en la historia. El conteo proporcionado por el conglomerado Nielsen anunció que la ceremonia fue vista por 16,6 millones de espectadores, un aumento del 58% respecto del 2021. El golpe de Will Smith no influyó demasiado, pues ocurrió al final, luego del pico de atención, una hora antes. Hasta los últimos dos años, la ceremonia nunca había atraído a menos de 20 millones de espectadores. Los organizadores de la ceremonia cambiaron el formato. Pero tal vez el problema no sea ese.
Hoy en día, cada vez menos gente va a las salas de cine. De las diez películas nominadas, nueve lograron atraer a menos de 40 millones de espectadores en Estados Unidos. Solo una, “Duna”, logró llegar a los 100 millones. Un artículo de “The New York Times” nos dice que la audiencia combinada lograda por las diez películas nominadas solo alcanza la cuarta parte de la que atrajo un bodrio con alas como “El Hombre Araña”. Ante la ausencia de público adulto en las salas, las distribuidoras apuestan por películas juveniles.
No toda esa baja recaudación se debe a la pandemia. Hoy en día, es más fácil ver series o películas en plataformas. La película ganadora “CODA” y “El poder del perro”, entre otras, pertenecen a empresas de streaming. Es más fácil. En las plataformas, las películas o series pueden verse a cualquier hora, en cualquier lugar. En el dormitorio, en la sala, en la cocina. Antes, el cine ocurría en un teatro donde nos ocultábamos de la realidad. Nos íbamos de casa, nos olvidábamos de quiénes éramos y esperábamos a que se apagaran las luces para incorporarnos a la fantasía de unos personajes iluminados. Hoy, vemos las series mientras suena la lustradora, mientras aparecen mensajitos en el teléfono, mientras se oye la sirena de una ambulancia. El sentido sagrado, colectivo, ritual, ha desaparecido con la domesticación y la domesticidad del cine. Por supuesto que existen algunas series magníficas con grandes guiones y personajes. Ejemplos recientes son “Succession” y “Bridgertone”. Pero las vemos entremezcladas con la vida diaria. Mientras aparece alguna frase o toma interesante, puede estar sonando el teléfono de algún banco que nos felicita por ser merecedores de un préstamo. Lo saluda Fulana de Tal de la agencia X. Buenas tardes, señor. Lo felicito.
De todas las películas, se dice que “Lo que el viento se llevó” ha sido la más taquillera (cerca de US$400 millones), considerando la inflación de los años que vinieron. La película se estrenó en Atlanta en diciembre de 1939. Hasta allí llegó la estrella Vivien Leigh en un avión que llevaba impreso el nombre de la película. Hubo, además, un desfile en las calles a propósito del estreno. Algunos veteranos de la Guerra Civil llegaron a aparecer en la sala. La película se estrenó en el Perú en octubre de 1940, pero en España, debido a la censura, (“con la iglesia hemos topado”), no se vio hasta diez años más tarde y solo en Madrid y Barcelona.
Hoy no hay censuras ni ritos ni escándalos ni locuras (lo de Smith fue una estupidez). El cine que ha sido domesticado en el sentido más pleno del término. Al meterlo en la casa, lo hemos hecho parte de la rutina. El mundo cotidiano ha vencido. Los teatros están demasiado lejos y las peregrinaciones ya fueron. Pero seguiremos yendo.