La palabra cobardía también suena muy fuerte en quechua. Esto se debe a que alberga profundas raíces tóxicas.
El retorno del marxismo, del leninismo y del maoísmo es la cobardía de nuestros días. Está agazapada en el apostolado de la “verdad única”, la cual es pregonada desde púlpitos pretendidamente morales y superiores.
La cobardía oculta su “histórico legado” estalinista, que exterminó a más de 15 millones de opositores. Ese fue el primer e inolvidable holocausto.
La cobardía manipula al humilde para convertirlo en siervo funcional del copamiento totalitario. Aquel que hoy tiene rostro cubano, venezolano, nicaragüense o norcoreano.
La cobardía construye ídolos de barro con almas y mentes infestadas de los peores sentimientos.
La cobardía habla en nombre del pueblo y se oculta de él en madrigueras, durmiendo en guaridas rotativas.
La cobardía es el puñal ideológico arteramente disfrazado porque jamás vive como cualquiera: procurando honestamente su mejoría.
La cobardía practica el trueque con obras infladas o fantasmas, dialoga con narcofondos, cobra cupos imponiendo su protección y gestiona la propaganda política disfrazada de publicidad estatal.
La cobardía infiltra todo. El dinero y el chantaje son parte de su arsenal para asaltar posiciones, hacerse del Estado para atentar contra él y desde él. Es el nuevo invasor que desprecia vidas y libertades.
La cobardía es marxista, leninista, maoísta y estalinista encubierto. Son el nuevo opio del pueblo, la cocaína del dependiente hasta esclavizarlo con la “democracia” que evocan del pueblo. Es la reedición de la Guerra del Peloponeso, porque los esclavos fueron los vencidos.
La cobardía es un “proceso de construcción de poder”. Es el nuevo lenguaje que teatraliza escenas con narrativas y con actores principales que proyectan paisajes de espumantes esperanzas rápidamente esfumadas.
La cobardía antepone el interés de facciones al interés nacional.
La cobardía golpea y amenaza a periodistas.
La cobardía es el talibán local pregonando el “Nuevo Perú” que mancilla honores y uniformes, que desprecia esfuerzos de millones de peruanos y para el cual todo debe ser adánico, reescrito desde cero con lápiz, cual bayoneta.
Marx, quien jamás trabajó, malversó ideas políticas para reservarse el poder de la superestructura política compuesta del orden jurídico, la filosofía, la educación y la cultura con idolatrías opresoras. Es el todo que refleja la nueva infraestructura económica tras la agudización de las contradicciones de las fuerzas materiales de la producción.
No, los peruanos amantes de la libertad debemos hacernos del espíritu de los Túpacs, de las Marías Parado de Bellido, de las aguerridas rabonas, de los San Martines, de los Carriones, de los Castillas, de los Graus, de los Bolognesis, de los Cáceres, de los Piérolas, de los Ugartes, de los Sáenz Peñas, de los Alipio Ponces, de los García Radas, de los Vega Llonas, de los Jiménez Chávez, de los Giusti Acuñas, de todos los chavines, de los uniformados caídos por el más oprobioso de los senderos y de quienes nos marcaron un derrotero libertario para que los peruanos nos procuremos nuestro bienestar ante toda suerte de dificultades y amarguras.
Causa hartazgo la pretensión de suplantar entidades, narrativas, de promover constituciones totalitarias, la vulgar misoginia y discriminación, la notificación pretendidamente paralizante de sus intenciones, tan claras como el puquio más alto y la cobardía que calla o balbucea “paridades”, ante el cadáver del genocida.
Advierto que pretenden cambiar nombres a todo y tener su propio Stalingrado, pero ya no seremos un país de desconcertadas gentes, pues crece el repudio y la rebeldía ante tanto desgobierno nutrido de violentistas.
La varonil impunidad del tuitero protagonista no resiste un debate político y público sobre su plan de gobierno en la sede de su secta partidaria, y desnuda su atormentado mesianismo, urgido del más experimentado diván, comparándose con Jesús, afirmando sonriente que el presidente va al Dios encarnado.
Padecemos la cobardía y un desgobierno que, día a día, se supera a sí mismo y que, por su mecha corta, debería explotar por su propia condición.