Si alguien pensaba que Alfredo González estaba fuera del fútbol peruano, pues tengo que darle la peor de las noticias. Su ADN se ha quedado aquí, su penosa herencia sigue navegando en medio del balompié nuestro. Los dirigentes del club Real Garcilaso han exhibido el más sombrío rostro de un directivo en el mundo del deporte. Las amenazas recibidas por los jugadores del club cusqueño en un vestuario bordean lo delincuencial. La pelota, por supuesto, se mancha.
Julio Vásquez, presidente del Real Garcilaso, ha deslindado en una carta (escrita con errores ortográficos de nivel primaria) donde dice que él no fue quien comparó los castigos que usan en los carteles de narcos en México para intimidar a sus futbolistas después de la goleada recibida ante Sporting Cristal en el Cusco. Sin el menor ánimo de mea culpa, sin ningún gesto autocrítico, Vásquez siguió reduciendo nuestro fútbol profesional a los niveles de un set de Laura Bozzo.
Es una lástima porque Real Garcilaso, en el lado deportivo, había mostrado intenciones de sumar en el poco competitivo balompié local. Incluso contrataron a uno de los técnicos con mayor futuro por estos lares como Mariano Soso. Pero lo que parecía tan bonito por fuera estaba muy malogrado adentro. Vásquez y compañía gobiernan sus equipos como si fueran gamonales haciendo recordar las peores versiones de lo que fueron Juvenal Silva o José Mallqui. El fútbol peruano tiene aún ese rincón apocalíptico que tanto duele: piensa en lo peor y acertarás.
Esta historia no terminará aquí. Seguro a Vásquez le espera una durísima sanción por acusaciones sin pruebas sobre un supuesto soborno de Sporting Cristal a jugadores de Real Garcilaso. Sin embargo, lo más grave no es ese agravio, sino la dura advertencia que se oye en ese video que ha circulado por todos los medios y redes sociales. Podríamos interpretar ese grosero reproche como una amenaza de muerte. Aunque eso ya lo están haciendo. Dirigentes como los de Real Garcilaso, con su incontinencia verbal, están matando el fútbol desde hace rato.