Durante los 20 años de este siglo los peruanos hemos aprendido mucho sobre cómo comprar los productos y servicios que necesitamos. Por el contrario, en temas electorales hemos retrocedido. Eso debe cambiar.
En el campo del consumo en nuestro país se han dado grandes avances. Hemos salido de la época en que teníamos que rogar para comprar unas bolsas de leche en polvo, una línea telefónica o un refrigerador, y pagar, sin chistar, el precio demandado. Y de cuando nuestra única oportunidad de resistencia era acudir al contrabando.
Hoy los peruanos, como muchos latinoamericanos, tenemos una oferta razonable de productos y de ofertantes, que nos permite elegir el de mejor conveniencia. Así, compramos solo luego de analizar calidades y precios, y sabemos que si el producto o servicio nos defrauda lo podemos devolver sin restricciones, haciendo público nuestro descontento a miles de personas a través de las redes sociales. Además, existen instituciones que nos defienden de engaños y abusos como Indecopi y las asociaciones de consumidores.
¿Y qué ocurre en la política? En la política encontramos un cuadro inverso. Una situación en la cual las mayorías estamos obligadas a elegir sin conocer bien la importancia de lo que elegimos. No tenemos consciencia, por ejemplo, de que escogemos a los administradores de nuestros bienes y no a nuestros jefes, y que primer mandatario no significa el primero que manda, sino el primero al que mandamos. Tampoco estamos enterados de sus responsabilidades y sus deberes, y por ello aceptamos que nos prometan cosas incumplibles, sin existir un Indecopi electoral que lo castigue. Peor aun, no existe posibilidad práctica de devolver, o vacar, al postulante mentiroso una vez elegido.
Esa situación ha generado un círculo vicioso en el cual los candidatos no cumplen y los electores sienten que de nada sirve preocuparse al elegirlos. Eso estimula a que cada vez más se presenten candidatos menos preparados, con partidos improvisados y propuestas sin base, esperando que se les escoja por descuido o porque quizás sean el mal menor.
Por esta razón, resulta evidente que si para elegir un presidente, un congresista o un alcalde, los ciudadanos utilizáramos todo lo que hemos aprendido sobre elegir algo muchísimo menos importante, como un refrigerador o un celular, nuestro sistema político mejoraría inmensamente. Y así evitaríamos esta espiral descendente de malas elecciones y malos políticos que amenaza la estabilidad de nuestra democracia y nuestro país. Por cierto, ese es el objetivo de mi reciente libro “Votar y comprar. Cómo votar mejor aplicando nuestra experiencia de compra”, Editorial Planeta 2021. Que tengan una gran semana.