Mientras Fuerza Popular y Keiko Fujimori continuaban esmerándose por demostrar un fraude que múltiples organizaciones internacionales y estudios independientes descartan (y que solo 13% de la ciudadanía cree que existió, según El Comercio-Ipsos), Pedro Castillo anunciaba su interés por mantener a Julio Velarde a la cabeza del BCR. Un mensaje positivo, pero al que difícilmente podríamos reaccionar con algo más que prudente optimismo, ya que el representante de Perú Libre ha hecho costumbre de contradecirse y de condicionar su “moderación” a la plaza que lo escucha.
Pero lo bueno es que Castillo parece haber entendido que difícilmente podrá gobernar con el radicalismo que demostró en campaña y solo queda esperar que su pragmatismo emane del convencimiento y no de la pose. Especialmente porque los votos que recibió en el balotaje solo corresponden al 34,94% de los electores hábiles, el porcentaje más bajo de los últimos 30 años (Unidad de Periodismo de Datos). La mayoría no eligió un líder marxista-leninista.
La actitud de la ciudadanía hacia la Constitución va en esa línea. Como se sabe, el exsindicalista hizo de cambiar nuestra norma fundamental, a través de una asamblea constituyente, una de sus principales propuestas, pero ese es un objetivo al que solo el 32% de los peruanos apunta, según cifras de El Comercio-Ipsos. La mayoría prefiere lo contrario: 39% plantea que se hagan cambios parciales y 22%, que nada se modifique.
Con eso en mente, si Castillo tiene verdadero interés por moderarse y ofrecerle estabilidad al país, lo mejor sería que aborte sus planes de cambiar la Constitución. Y las razones sobran.
Para empezar, el mecanismo de la asamblea constituyente, como han dicho diversos constitucionalistas, no existe en nuestro marco normativo. Llevarlo a cabo exigiría una serie de contorsiones de cuestionable solvencia legal que chocarían con las promesas del potencial mandatario de respetar el Estado de derecho. Asimismo, al no tener mayoría en el Congreso, el proceso solo agudizaría las confrontaciones.
Y en caso se llegase a convocar a una constituyente, otro gran problema sería cómo conformarla. La fórmula propuesta por Perú Libre, y descrita hace unos meses por el virtual parlamentario Guillermo Bermejo, no es democrática, pues solo 50% del ente sería electo. “La otra mitad tenemos que dársela a los gremios, campesinos, sindicatos […]”, ha dicho. ¿Quién se los “dará”, a quiénes y bajo qué criterios? Todo parece indicar que sería con la punta del dedo, una pésima alternativa a la ya muy mala situación ideal: poner en manos de nuestros pobrísimos partidos una tarea tan importante.
Es cierto, claro, que cambiar la Constitución es una de las banderas de campaña de Castillo, pero esa es precisamente la razón por la que abandonar este sueño zurdo, que solo causaría años de inestabilidad y desconfianza en nuestra economía, sería el mejor gesto para confirmar que la moderación no es solo una ilusión.
Se trata, en fin, de una cruzada más ideológica que lógica. La actual Carta Magna (que sí tiene que ser modificada en algunos puntos) ya contiene las herramientas para reducir la pobreza, como ya se ha hecho. Supuestamente el objetivo del candidato.