Joven, impulsivo, estratega e invencible, Alejandro Magno no quería ser la sombra de su padre y dirigía su mirada hacia Persia. Quizá él no lo sabía, pero al no conformarse con conquistar y al llevar la cultura de su maestro personal, el mismísimo Aristóteles, a cada lugar al que llegaba, estaba creando la cultura occidental en la mitad del mundo, y con ella, la lógica, el razonamiento y la prevalencia de las ideas por sobre el pensamiento mágico y la tiranía política de los persas.
Al llegar a Frigia, en lo que es hoy Turquía, Alejandro encontró que otro héroe fundacional había dejado atada una lanza a una carreta con un nudo tan complicado que vaticinaba, a quien pudiese desatarlo, la posibilidad de conquistar Asia. Alejandro, según la narración de Flavio Arriano, lo cortó con su espada de manera bastante pragmática, como se cortan los problemas que se muestran insolubles.
La protesta ciudadana se alzó como una manera de cortar ese nudo gordiano, a la vez torpe e intrincado, en el que hemos convertido la política peruana, con congresistas que no dejan gobernar, son elegidos de forma absurda y obedecen a un interés de la economía de mercado más rancia que existe.
Hay cosas que han demorado demasiado en cambiar y, sin embargo, es deseo de los jóvenes que esa relación sofocante que tenemos con la política llegue a su fin. Si la definición de ritual como una acción colectiva y simbólica es que tiene la característica de ser cíclica, parece ser que la protesta se ha vuelto una suerte de ritual en nuestra vida ciudadana.
Conversando con mis estudiantes hemos compartido experiencias y visto semejanzas y diferencias en nuestras formas de decir: “¡Ya basta!”. Antes se planificaba con días u horas de anticipación, usualmente bajo banderolas de partidos políticos, organizaciones laborales o estudiantiles que generaban grupos reconocibles. Hoy el Internet permite la organización mucho más rápida de grupos que se conforman en el acto o la convocatoria de las comunidades emocionales juveniles, que son ahora una nueva forma de familia en el mundo, como los ‘otakus’, los fans del ‘k- pop’, barristas y los motociclistas. La protesta se extiende de la ciudad física a la ciudad virtual con igual velocidad y eficacia. Hace veinte años, las arengas eran ya clásicas y las consignas en los cárteles eran radicales. Ahora los siempre útiles cartones de caja se convertían nuevamente en carteles con mensajes más lúdicos como “Soporto más a mi ex que a Merino” y las banderolas dejaban de ser políticas y había un carnaval de indignados Elmos, tambores y una enorme bandera cargada por todos indicando que los tiempos de los partidos tradicionales, dogmáticos y ajenos están llegando a su fin.
Hay algo que sí ha cambiado dramáticamente desde la Marcha de los Cuatro Suyos de hace dos décadas. Antes sentíamos que el paradigma de los “mil ojos” de la vigilancia pertenecía solamente al Estado autoritario como antes había pertenecido a la subversión. Ahora la capacidad de registrar desde el celular, de circular por Internet y de vigilar en colectivo ha sido transferida a la población civil que da cuenta del abuso policial, de los espacios de reunión y de las estrategias de organización. Lo que no cambia es que, cíclicamente, personajes con poder lo usan para sus propios intereses, creyendo que somos tontos y generando el hartazgo de la mayoría.
Este panorama cambia el orden ritual del poder y exige un vínculo más fuerte entre el ciudadano y la política, con un tipo de participación que pueda ser, sobre todo, accesible. Promover una educación mayor sobre deberes, derechos y posibilidades en la escuela, en la colectividad y en toda institución, y garantizar que no medie la riesgosa necesidad intensa de fondos para que solo puedan postular los que puedan costear una campaña. Es decir, perderle el miedo a la política y a todos los que quieren que le tengamos miedo a la política.
Cuenta Plutarco que cuando Alejandro Magno llegó a Corinto fue recibido como gran paladín por una multitud ansiosa por conocerlo. Lejos de esa multitud y apartado de toda convención y complacencia, en una colina aledaña, yacía Diógenes, que promovía el cuestionamiento y la renuncia. Alejandro, que conocía del filósofo, se acercó a él y le dijo: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Diógenes, sin inmutarse, le respondió: “Quiero que te apartes, que no me quites el sol”. Alejandro entendió y se marchó dejando de hacer sombra a su interlocutor. Plutarco también cuenta que el gran general luego afirmó: “De no ser Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes”. Todavía se escucha el ideal del guerrero joven de aprender del “viejo sabio” que no ambiciona sus propias interpretaciones para sus propios beneficios sino, como Diógenes, solo busca que el sol brille para todos.