Comentando sobre tres siglos de la economía peruana, el economista Bruno Seminario dijo “el problema del Perú no es el desempeño promedio sino la predisposición a deshacer todo lo que se avanza”. Según sus propios cálculos, el avance promedio de la producción nacional fue sustancial a partir de la independencia, incluso mayor al de muchos países de Europa, pero de no haber sufrido repetidos y horrendos retrocesos infligidos de mano propia, hoy tendríamos niveles de ingreso y pobreza similares a los de los países más desarrollados del mundo. Uno de los golpes más severos se dio por la guerra con Chile, cuando se perdió la mitad del PBI y pasaron 22 años antes de recuperar el nivel anterior. Otro retroceso mayúsculo se produjo entre 1975 y el 2004, casi tres décadas de estancamiento, incluso reducción del ingreso por persona, esta vez claramente por desmanejo macroeconómico “hecho en el Perú”.
¿Cómo explicar tamaño error? Mi explicación empieza con una experiencia personal de mi primer año de trabajo profesional como economista en el BCR en 1963. Dentro del gobierno recién elegido de Belaúnde pugnaban voces con distintos tintes políticos, incluyendo críticas al BCR cuyo directorio incluía representantes de poderosos sectores empresariales. El recientemente creado Instituto Nacional de Planificación, asesorado por técnicos de la CEPAL en Chile, se volvió una fuente principal de crítica, buscando desprestigiar al Banco, mientras que la institución buscó defenderse mejorando su trabajo con ayuda técnica del Fondo Monetario Internacional. Como recién llegado, y aún sin tarea fija, fui encargado de las necesarias reformas técnicas y el BCR mantuvo su imagen respetada, pero en esos años el Banco no gozaba de independencia técnica y el cuestionamiento redujo su capacidad para convencer a Belaúnde de la necesidad de políticas fiscales y monetarias más cautelosas. El desenlace fue una fuerte devaluación y subida de precios. Lo que es poco sabido es que quien estuvo detrás de mucho del ataque al BCR y a las políticas de control monetario fue el señor Pedro Vuscovich, economista chileno de la CEPAL, quien dirigió la creación del Instituto de Planificación y la implantación de ideas que menospreciaban el control monetario, y que años después sería ministro de Economía del presidente Allende y responsable directo de la explosiva inflación que desacreditó al régimen.
Pero antes del desenlace chileno –que pudo haber servido de alerta– en el Perú se produjo un golpe militar que enarboló la bandera de cambio drástico y apurado, con asesores militares y civiles que habían bebido de la misma fuente de sabiduría de la CEPAL en Santiago, priorizando el apuro antes que la sostenibilidad, y produciendo así lo que devino en el segundo más grande retroceso económico del país. Desde mediados del gobierno militar, la inflación se elevó a niveles nunca antes vistos en el Perú, y tal como sucede con el cuerpo humano, el mal inflacionario original se complicó con otros males, como fueron el excesivo endeudamiento, una dolarización que debilitó el control monetario, el colapso de la recaudación fiscal, y hasta un “castigo divino”, como fue el desastroso fenómeno de El Niño de 1983. Como se ha mencionado, el retroceso duró hasta inicios del siglo XXI, comparándose con el producido por la guerra con Chile. Así, podría decirse que, en cierta forma, nuestros dos más grandes retrocesos económicos han estado relacionados con ese país.
La confianza y la independencia de las que hoy goza el BCR se debe tanto al recuerdo de las malas experiencias mencionadas, como al extraordinario éxito, tanto productivo como estabilizador, de las últimas dos a tres décadas. Es, además, un éxito merecidamente asociado con en la continuada presidencia del BCR de Julio Velarde desde el 2006, quien ha mantenido la línea de reforzamiento meritocrático y decisiones estrictamente técnicas iniciada desde la conquista de la inflación que se logró en los años noventa. La solidez monetaria por sí sola no resolverá nuestras múltiples necesidades de desarrollo económico y social, pero es un buen signo de nuestra evolución política que el candidato presidencial de izquierda haya hecho público su compromiso con la idea de que un país no se puede armar sobre un piso que se mueve.