Hace unos días, en Mosul, una importante ciudad del territorio que seguimos llamando Iraq, el Estado Islámico, movimiento armado que por ahora controla la zona, decretó que para transitar por lugares públicos las mujeres están obligadas a llevar el velo integral, una gran manta que apenas deja sus ojos al descubierto. El asunto fue recogido por los medios, sin alcanzar más notoriedad que otra noticia que ocurrió semanas antes, en Estrasburgo, donde la Corte Europea de Derechos Humanos resolvió avalar una ley francesa que prohíbe a las mujeres llevar en público el mencionado velo.
Un desacuerdo así de perfecto parece ser el fruto inevitable de dos civilizaciones que estrellan sus cabezas entre sí, orgullosa cada cual de ser el exacto reverso de la otra. Y sin embargo, pese a que el Estado Francés prohíbe precisamente lo que el flamante califato considera obligatorio, lo cierto es que esta insuperable contradicción se apoya en un elemento en común: la limitación de la libertad de las mujeres.
Puede alegarse que la comparación es injusta, pues las francesas de religión musulmana tienen infinitas opciones para vestirse, con una sola restricción, mientras que las mujeres sometidas al poder del Estado Islámico no tienen ninguna. Pero esto no es necesariamente cierto. De hecho, la joven francesa de origen pakistaní que interpuso la demanda ante el tribunal de Estrasburgo argumentó que la prohibición descartaba la que para ella era, por convicción, la única opción de vestimenta en público. Usar otra indumentaria la haría sentir una incomodidad similar a la que otras experimentarían si fuera obligatorio andar por la calle en ‘topless’.
Al percibir algunas costumbres de la significativa presencia musulmana en Francia como una amenaza a valores esenciales de su cultura, el Estado Francés sacrifica ciertas libertades de las mujeres por proteger una cohesión social que considera sagrada. Puede sonar razonable. Pero también familiar: es lo mismo que hacen los islamistas. De pronto, el choque frontal de cabezas produce el paradójico efecto de descubrirse ante un espejo.
Una sociedad a la defensiva tiende a entender la igualdad en términos de “seamos todos parecidos” o, lo que es lo mismo, “no hay espacio para otros”. Esta interpretación no es en realidad el opuesto del impulso totalitario de los radicales islamistas, sino aquella que define la igualdad ante la ley de forma abierta, como un espacio que admite la coexistencia de la diversidad y que permite decir: “vístanse como quieran”.