Hace muy bien el psicoanalista Jorge Bruce, en una entrevista con El Comercio, en recomendar a sus pacientes no ver demasiadas noticias. En esa misma entrevista, Bruce hizo una afirmación que se comprobó con las marchas y desmanes del martes pasado: “Hay ahora mismo un desfogue ante un país que está completamente a la deriva”. El desfogue viene del hartazgo ante una situación entrampada en la que los poderes del Estado parecen coludidos para gobernar de acuerdo a sus intereses.
Las noticias y los noticieros han caído en la monotonía de la violencia. Después de los reportajes sobre asaltos y robos en distintos barrios y distintas ciudades, llegaron los desmanes de esta semana en Lima. Hasta hace poco, los noticieros mostraban a delincuentes robando celulares y escapando en mototaxis. Esta semana, las imágenes fueron de manifestantes rompiendo lunas y saqueando tiendas. En mi experiencia, me resultó difícil sostener la atención durante mucho tiempo en todo lo que ocurría. El paro de transportistas con pasajeros prisioneros en los ómnibus, las imágenes de los incendios en edificios del Centro de Lima, los policías heridos y sangrando, todo produce el efecto de bombardeo de una realidad amenazante. Los noticieros repetían las mismas imágenes como si ya no las acabáramos de ver. Cuando uno intenta buscar noticias en el ámbito internacional, las cosas parecen aun peores. Las cadenas internacionales muestran los cuerpos de los prisioneros ucranianos ejecutados y calcinados. Por otro lado, se anuncia una recesión mundial de los alimentos. Y en el ámbito político, este domingo, la extrema derecha de Marine Le Pen parece que va a lograr una votación importante en Francia, como parte de una ola de movimientos radicales en Europa.
Volviendo al Perú, la violencia toma otras formas; entre ellas, las del lenguaje. Las desafortunadas declaraciones de los ministros de gobierno, las respuestas de dos de ellos a las acusaciones de plagio, la pobreza de las explicaciones del primer ministro, son actos de violencia. Que el Gobierno esté manejado por personas que hacen declaraciones como “no creo que se queden sin comer porque es un día” es una afrenta. Para no quedarse atrás, el congresista Montoya se refirió despectivamente a la gente que iba a bajar de “los cerros”. Pocas veces he visto una frase tan discriminadora como esa. Algunos gritos racistas contra el presidente Castillo en la marcha también descalifican a quienes los proferían. Los actos de violencia verbal son más duraderos que los destrozos físicos.
Todos queremos salir a trabajar, buscarnos un sustento, vivir lo mejor posible, todos los días. Sentir que alguien nos obliga a quedarnos en casa sin una razón válida es poner la tapa que hará estallar la caldera de la que hablaba Bruce. La salud mental depende de un pacto con la cantidad de realidad que podemos soportar o asimilar. Tenemos que estar informados y conscientes sobre todo lo que pasa a nuestro alrededor, colaborar en lo que podamos, pero no dejar de lado alguna liberación de nuestra mente. Cambiar parte del noticiero por una película, un libro o una conversación son posibilidades para lidiar con el exceso de realidad. Entrar en la última novela de Franzen y disfrutar de la película “Belfast” son algunas de mis más recientes aventuras de desahogo. Hay otras como cantar algún vals en voz baja, incluso mientras duermo.
Y volviendo a la realidad, nos queda la esperanza de un cambio de gobierno. Una vez que se haya ido este presidente (esperemos que pronto), trataremos de reinventar alguna nueva apuesta con el nombre de “elecciones generales”. Una vuelta más en la ruleta de nuestra historia.