¿Les ha pasado alguna vez que han tenido que cargar con una responsabilidad que no les correspondía? ¿En alguna ocasión han estado en una situación en la que el poder que los confrontaba era no solamente enorme, sino también injusto?
En la Biblia se narran tres eventos realmente duros en los que los inocentes son menores de edad y los perpetradores, personas poderosas: o bien familiares o bien gobernadores.
La más antigua corresponde al Génesis y relata las aventuras de uno de los 12 hijos de Jacob, José, quien, sufriendo la envidia de sus hermanos mayores, es vendido como esclavo por estos. Lejos de desanimarse, nuestro héroe usa su inteligencia y el don de interpretar los sueños para llegar hasta el mismísimo faraón de Egipto, que había recibido mensajes oníricos que lo atormentaban. José no solo interpreta los sueños del jerarca, sino que lo guía en la resolución de los problemas que estos le vaticinaban, por lo que es nombrado funcionario de alto rango y esto lo lleva a reencontrarse y reconciliarse con su familia en uno de los finales felices más espectaculares del Antiguo Testamento.
La segunda historia se registra en el libro del Éxodo, en el que se relata que, temeroso del crecimiento demográfico del pueblo judío que estaba sometido a Egipto, el Faraón manda a ahogar en el Nilo a sus recién nacidos. La madre del que sería el liberador idea entonces un plan para embarcarlo en una canasta que termina siendo hallada por la hija del faraón. Así, Moisés no solo sobrevive, sino que se convierte en príncipe de Egipto, por lo que, con el conocimiento del enemigo desde adentro, resulta idóneo para ejecutar el plan de rescate masivo más espectacular conocido en el que todo un pueblo escapa a pie en pleno desierto nada menos que de los egipcios que atravesaban su apogeo cultural.
Finalmente, la última narración está relacionada con la fecha que celebramos hoy. Las profecías narraban que nacería un rey de los judíos y tres sabios del oriente, cuyos nombres no aparecen en la Biblia, van al encuentro del rey Herodes para que les informe sobre el asunto sin sospechar que este veía con recelo la posibilidad de ser derrocado por un predestinado. Si bien no hay mucha información sobre los reyes de oriente, conocidos hoy como los reyes magos, la tradición los asocia con la magia y podemos suponer que sabían guiarse por las estrellas. También, podemos sospechar que venían de tradiciones muy distintas a la del Mesías, tal vez de Persia o la India, pero que igualmente fueron –en un caso de ecumenismo temprano– invitados a recibir y honrar la buena nueva.
Herodes, temeroso, les pide a los sabios de oriente que, una vez ubicado el Mesías, le informasen sobre su paradero, pero –literalmente, gracias a Dios– ellos no caen en la trampa del tirano. Aquí la tradición del mensaje divino a través de los sueños aparece en dos ocasiones importantes. Los sabios son advertidos sobre las intenciones de Herodes por el Dios de los hebreos, a través de sueños y, luego de rendirle tributo al recién nacido, vuelven a casa sin avisarle al gobernador. José, el padre de Jesús, también recibe un mensaje en sueños advirtiéndole de que debe huir a Egipto puesto que Herodes perseguiría a su hijo. Así, la sagrada familia emprende un peregrinaje de huida por el desierto hacia Egipto. El mismo Egipto en el que, precisamente, el primer José interpretaba los sueños y del que Moisés ayudó a liberar a su pueblo; una suerte de ciclo se cerraba con la presencia del Dios en forma de una criatura vulnerable e inocente, necesitada de protección humana.
Según el evangelio de Mateo, la furia de Herodes al no recibir noticias de los reyes magos acerca de la ubicación del futuro Mesías lo lleva a decretar la ejecución de todos los recién nacidos en la región de Belén; un hecho que recordamos el día de hoy, como recordamos a los inocentes que han sufrido y sufren persecución por causas que les son ajenas. La circunstancia de que esto corresponda con una de las fechas más festivas de la cristiandad ha hecho que la tradición sea más bien la de hacer bromas inocentes; sin embargo, es buen momento para reflexionar sobre la posibilidad de un mundo inocente de víctimas.
Durante la década de los 70, el arzobispo sudafricano Desmond Tutu empezó una cruzada en contra de la discriminación institucionalizada del ‘apartheid’ en su país. Su posición fue bastante clara en pedir la abolición de la discriminación racista, entonces aceptada como normal en el mismísimo continente africano. Monseñor Tutu se dio cuenta de que la normalización de la injusticia era tan peligrosa como la opresión misma y que los inocentes eran víctimas de la indiferencia que promovía que nada cambie. Dos días atrás nos llegó la noticia de la partida de Desmond Tutu, pero aun resuena una de sus frases que cada cierto tiempo se actualiza en nuestro medio: “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Que este 2022 nos encuentre menos inocentes ante la inocencia, que podamos forjar la nación que no se sintió en el año del bicentenario y que, sobre todo, nos demos cuenta de la gran lección de la pandemia: que nadie puede ser dejada o dejado de lado.