“Conversar no es pactar”. He oído a tantos políticos –de todo tipo de afiliaciones y en todo tipo de contextos– repetir la frase del fallecido líder aprista Ramiro Prialé, que no preví cuán rápido el paradigma inverso podía convertirse en dominante en la política peruana. Cada vez son más los que afirman, rabiosamente, que “conversar es traicionar”, si es con quien está en la otra orilla.
Hace algunos días apareció en un diario nacional una nota que llevaba el siguiente titular: “Carlos Neuhaus duramente criticado por aparecer en un evento caviar” y le atribuía al citado haber mandado “al basural de la historia” al Partido Popular Cristiano, cuya dirigencia ahora preside.
¿Cuál era la atrocidad que había cometido Neuhaus? Pues había tenido la osadía de participar en un desayuno en el que se iba a discutir sobre la problemática del sector construcción y, consecuentemente, aceptado compartir el espacio con el expresidente Francisco Sagasti, la exministra humalista Aída García Naranjo y la actual congresista Susel Paredes. Tremendo cartel de lo más representativo del mundo “caviar” al que había decidido sumarse Neuhaus viniendo él de un partido conservador, clamaron varias voces destempladas.
Y, además, era reincidente, porque antes se le había vinculado con la Coalición Ciudadana, un colectivo al que se ha querido descalificar usando etiquetas similares, pero con el que Neuhaus también consideró que podría tener razones para conversar, aunque no necesariamente para pactar, o no en todo, porque ya él mismo aclaró que discrepa con su pedido bandera, que es el adelanto de elecciones generales.
Sea que uno coincida o discrepe con las preferencias políticas de alguien como Carlos Neuhaus, yo me atrevería a decir que es algo bueno que haya optado por entrar más decididamente en política. Aceptó tomar un cargo partidario –el más importante– en una organización política que enfrenta un difícil trance de reconstrucción. Venía precedido por un destacado historial de gestión en el mundo empresarial y por una experiencia muy visible de liderazgo público en los Juegos Panamericanos Lima 2019.
Que se le escrache por haber participado en un evento público con gente con la que discrepa –que es, por ejemplo, lo que normalmente hace cualquier político que acude al Congreso de la República–, es francamente ridículo.
Peor que eso. Es una manifestación de cuán desvirtuado está nuestro sentido de qué implica hacer política. Hay varias cosas muy nocivas para el buen funcionamiento de nuestra democracia que se están manifestando aquí. Una es la aceptación sin remilgos del relato populista que encasilla a todo el que no piensa como uno como “el enemigo”. Esto se potencia por nuestro entendimiento de la política crecientemente en clave identitaria: el problema ya no es que discrepe con tus ideas, sino que tu mera existencia me ofende. Y todo esto retropropulsado por el efecto polarizador de las redes sociales y las cámaras de eco que estas generan.
Olvidamos que en las democracias el poder siempre es compartido entre políticos u organizaciones políticas que están en posiciones ideológicamente distintas, porque eso refleja –o debiera reflejar– las diferencias de opinión que hay en la misma sociedad. Si a uno le molestase la sola posibilidad de que los políticos por los que uno vota interactúen con sus rivales, es porque no entendió que eso es exactamente lo que debe pasar en una democracia.
Entre otras razones, porque necesitamos que los políticos que nos representan vayan a defender nuestras ideas donde sea que estas se estén debatiendo. Que vayan a confrontar a quienes argumentan en sentido contrario, cosa que, dicho sea de paso, se puede hacer con firmeza y decoro al mismo tiempo.
Distinto a lo que consideran los detractores circunstanciales de Neuhaus, lo que verdaderamente equivale a una traición en el caso de un político es negarse a hacer política, negarse a debatir, a escuchar, a buscar consensos.
En una reseña escrita por Fernando Vivas en las páginas de este Diario en el 2015 sobre los orígenes de la famosa frase de Prialé que cité al inicio, aparecen dos frases muy elocuentes sobre el personaje de sus hijos Gonzalo y Alfonso, respectivamente. El primero decía que el rencor “no estaba en su naturaleza”, lo que le permitió conversar “hasta con quienes lo habían perseguido”, mientras que el segundo destacaba que su padre “era muy concertador, siempre creyó que la gente no era 100% mala, que había algo que rescatar”.
Conversando es que se hace política en democracia con quienes tienen ideas afines o están en la orilla opuesta, sea para consensuar o para discrepar. Toca, más bien, aplaudir que instituciones como Capeco y la Federación de Trabajadores en Construcción Civil organicen espacios de diálogo como aquel al que acudió Neuhaus.