Agosto llega con noticias agridulces para la economía. Por el lado positivo, la inflación ha continuado su tendencia a la baja, con una tasa inferior al 6% en Lima Metropolitana y ninguna ciudad principal con tasa de dos dígitos. Por otro lado, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) ha confirmado que la economía ha tenido un retroceso de la producción en el primer semestre del año, junto con los malos pronósticos para la inversión privada.
La economía peruana lleva ya meses desacelerándose y, aunque el empleo no caiga como lo hacen la producción y la inversión, este se ha precarizado. Casi la mitad de nuestra fuerza laboral se encuentra subempleada y crecer a tasas muy bajas complica mucho la reversión de esta situación, así como la lucha contra la pobreza.
Se esperaba que el último mensaje a la nación contenga no solo medidas específicas, sino prioridades y mensajes políticos claros que generen confianza para impulsar la inversión privada. Aunque el mensaje sí resaltó la importancia del crecimiento e inversión, y no ha traído medidas o narrativas disruptivas que puedan empeorar esta alicaída confianza, tampoco ha contenido mensajes que muevan la aguja. Las omisiones en el mensaje han sido ampliamente expuestas en este Diario y yo quisiera detenerme en dos.
La primera es que, a pesar de haber sido la presidenta cabeza de la cartera de Desarrollo e Inclusión Social en el anterior régimen que acertadamente criticó, no mostró una estrategia para la lucha contra el hambre y la pobreza urbana que se han agravado. La experiencia positiva del Perú reduciendo la pobreza en años anteriores ha contado con instrumentos enfocados en áreas rurales. No contamos con una estrategia para la atención de áreas urbanas, que enfrentan retos distintos, y este es un deber que lleva años pendiente. Además, la inseguridad alimentaria es un problema creciente que, además de doloroso, puede pasarnos factura en la productividad presente y futura.
La segunda es el escaso énfasis en la generación de empleos formales. Contradictoriamente, se hizo mención a la esperanza en que se aumente la remuneración mínima vital cuando la discusión actual se encuentra en definir los parámetros para que estos aumentos se den de manera predecible. Esto alimenta expectativas en los trabajadores en un contexto en el que la informalidad se mantiene alta, la producción retrocede y la productividad no avanza. Sin una mayor productividad empresarial y laboral, no será posible hacer más funcional nuestro mercado laboral, que es clave también para que quienes salgan de la pobreza lo hagan de manera sostenible.
Sin embargo, no todo el peso del futuro puede ponerse en un mensaje ni es todo negativo. El Perú mantiene sus fortalezas macroeconómicas y es de destacar el esfuerzo por el lado de la cartera de Economía por focalizar mejor los apoyos en los últimos meses y fortalecer la inversión pública. Sin embargo, el aparato estatal es complejo y no siempre actúa como un todo. El esfuerzo puede quedarse corto, en especial teniendo a la vista la llegada de los impactos del fenómeno de El Niño global y que, más allá de lo que podamos decir de la economía, la crisis política no cesa.
Generar confianza requerirá dejar claro que las omisiones del mensaje no serán omisiones en el manejo político ni el accionar técnico. Es necesario un Ejecutivo más firme para la seguridad jurídica y frente a iniciativas disruptivas de otros poderes como el Congreso. Es importante también una mayor capacidad de reconocer errores propios. ¿Cómo confiar en que estos pueden enmendarse si no se identifica qué es lo que se ha hecho mal o se pudo hacer mejor? Buscar culpables es, tristemente, más de lo mismo.