Los teólogos modernos, principalmente los del movimiento teológico de vanguardia llamado “La Muerte de Dios”, sostienen enfáticamente que hay que acabar con el antropomorfismo de Dios, porque es una manera infantil y primitiva de presentar los hechos religiosos. Y no sólo infantil y primitiva, sino esencialmente anticristiana y naturalmente precientífica, y lo que es peor, anticientífica.
Habiendo advertido los teólogos, desde hace tiempo, los inconvenientes de una interpretación demasiado literal del Génesis, nos dicen hoy que el haber sido creados nosotros a imagen y semejanza de Dios, no debe interpretarse al pie de la letra; porque no es que tengamos la imagen de Dios y seamos semejantes a él; no, no es así. Lo de la imagen y semejanza debe entenderse en el sentido de que podemos, esforzándonos grandemente, llegar a parecernos a Dios; pero, habida cuenta del pecado original, es muy difícil que nosotros, los pecadores, lleguemos a tener imagen y semejanza divinas. Los místicos y los santos pueden llegar a parecerse a la divinidad. Pero los más de los seres humanos no son místicos ni santos, y en consecuencia, aunque ocasionalmente lo quieran, no podrán parecerse a Dios.
José Ortega y Gasset decía que el problema del ser humano es su doble naturaleza. Somos medio bestias y, a la vez, cachorros de arcángel. Pero nunca, o casi nunca, podemos llegar a ser arcángeles completos, no podemos arcangelizarnos, porque nuestra bestialidad no nos deja.
Esta bestialidad, que los teólogos llaman pecaminosidad, es el elemento obstante para acceder a la divinidad, lo que nos impide llegar a ser a imagen y semejanza de Dios.
Pero aunque nosotros, eventualmente, podamos ser a imagen de Dios, lo contrario no es cierto. Así nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica. Véase lo que dice al respecto:
“Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos.” (Catecismo, apartado 370, página 88.)
Basta espiritualizar absolutamente a Dios para invalidar de raíz los mil y uno reparos que merece el antropomorfismo. Ocurre, sin embargo, que para la mayoría de creyentes y aun para escritores tan cultos como Saramago, es imposible desantropomorfizar a Dios e imaginárselo espíritu puro.
¿Cuántos cristianos y particularmente cuántos católicos pueden concebir a un Dios absolutamente espiritual e incorpóreo? ¿Cuántos? Creo que poquísimos y hasta me atrevería a decir que ninguno.