En el Perú contemporáneo, la construcción colectiva de un proyecto nacional ha sido derrotada por los llamados de las tribus. No nos escuchamos. Nuestras tribus políticas están agazapadas, no piden diálogo, sino fuego cruzado para reclamar su cuota de poder, sea la perdida o la recientemente ganada. Los problemas de compromiso que enfrentamos, aquellos que surgieron tras la dinámica del cambio de poder con la elección de Pedro Castillo el 2021, han parido comportamientos ineficaces y costosos para todos: emergencia de conflictos sociales, paralizaciones de inversiones y disfuncionalidad en el aparato estatal. Hemos sido incapaces de construir relaciones de cooperación basadas en la confianza y el resultado ha sido calamitoso. Pero ya venimos un buen tiempo jugando a esta partida donde las fuerzas políticas buscan anticiparse y apretar los botones de autodestrucción, sea el de la vacancia o el de la disolución. Hemos normalizado el estado de guerra. No hay una cultura democrática de convivencia con las diferencias, a los opositores políticos se los quiere destruir. Mucho sermoneo a la tribu. Nos hemos quedado huérfanos de conciliadores y plagados de azuzadores.
El famoso politólogo norteamericano Bruce Bueno de Mesquita recordaba que los problemas de compromiso podrían ser resueltos creando instituciones (formales o informales) que hagan que los actores políticos puedan comprometerse creíblemente en el futuro. Como ciudadanos, tenemos la misión de fortalecer las instituciones que permitan que, en el Perú, a pesar de nuestras diferencias, escuchemos más allá del ruido de nuestras tribus para comprometernos con el futuro. Ese fue el ánimo que me llevó a aceptar la invitación de Rosario Bazán y Elena Conterno para formar parte del Comité Organizador de la CADE 2021, que desde su lema “diversas voces, un solo Perú” hasta sus principales paneles propone una buena ruta de diálogo al gremio empresarial.
Hubo bastante tiempo para hacer reformas institucionales serias, que incluyan diferentes maneras de repartir el poder político y la riqueza, pero cuando llegaba el momento de discutirlas y echarlas a andar se dejaban congeladas. Castillo no era el presidente preferido de los empresarios, qué duda cabe, pero su emergencia era un síntoma de que la narrativa del Perú como estrella del crecimiento económico no bastaba para una gran parte de nuestros compatriotas, que se necesitaban desesperadamente reformas que habían tardado mucho en llegar. Así como se necesitan menos tribus y más conciliadores en la política nacional, necesitamos más empresarios dispuestos a abrazar la defensa de las instituciones democráticas y el diálogo tolerante, y menos de aquellos difusores de ‘fake news’ y confrontaciones.
Algunas planas gerenciales de grandes empresas del Perú extraviaron el camino cuando decidieron tomar atajos, financiando campañas políticas en secreto, creyendo que, con ello, mantendrían el control de las precarias condiciones sociales de sus negocios. Con el paso de los años, cuando esos aportes se evidenciaron, dejaron una estela de desconfianza gigantesca de la que todavía les cuesta recuperarse. Evidentemente, un empresario debe cuidarse de la incertidumbre, pero creo que los más sensatos han entendido que las fuerzas políticas son indomables y que la mejor inversión no es cuidar el riesgo político en el Perú en el corto plazo, sino contribuir a la consolidación de instituciones inclusivas: espacios plurales de escucha activa y de entendimiento que hagan visible lo invisible.
Las instituciones inclusivas no son tribus; son todo lo opuesto a una tribu, son espacios donde nos encontraremos con voces disidentes, que muchas veces nos cuestan escuchar y reconocer. No tiene sentido silenciarlas porque tarde o temprano asomarán. El mundo ha cambiado y la información ya no es propiedad de unos pocos privilegiados. Ojalá que escuchar algunas de las voces de empresarios de nuestras regiones, así como las de Anne Applebaum y otros expositores en la CADE 2021, nos permita comprender que los problemas de compromiso afectan a los empresarios y no se resuelven aventurándonos en la construcción de tribus, sino en la consolidación de instituciones inclusivas como la evidencia lo ha demostrado. Ese sería un pequeño, pero significativo, aporte de esta CADE del bicentenario al debate público.