El día más difícil de tu vida puede ser aquel cuando, después de repetitivas negaciones, aceptas que necesitas ayuda profesional para superar un problema en tu comportamiento. Es un momento solitario, durísimo, pero también es privado. La ansiosa invasión de la televisión de señal abierta ha derrumbado esa intimidad entre el paciente, el diván y el especialista. Ahora resulta que la salud mental de las personas también da ráting. Iluminadísimo descubrimiento de productores y figurettis de la farándula. Antes solo teníamos a actores y modelos exhibiendo sus desvaríos en la pasarela de los atormentados. Ya no están solos. Al otro lado del cuadrilátero, en el rincón médico, se están multiplicando los terapeutas de la caja boba: hombres y mujeres que con la más impune ligereza arrojan diagnósticos y recetas. Para ellos, el secreto profesional no existe.
Dos casos recientes han hecho que estos doctores del show saliven como hienas perdidas en medio de la jungla televisiva. La actriz Anahí de Cárdenas escribió un breve testimonio donde reconocía que sufría un trastorno de la personalidad; y un amigo de la modelo Angie Arizaga publicó audios donde esta denunciaba que había sido agredida por su pareja, el también modelo Nicola Porcella. En ambas situaciones, opinó sonriente el doctor Tomás Angulo, un genuino adicto a la pantalla. Un psicólogo autodenominado especialista en parejas (se ha divorciado dos veces) y que funciona como boy scout (siempre listo las 24 horas) para todos los programas de espectáculos. Cada vez que lo llaman, está.
El doctor Tomás Angulo tiene la ligereza de establecer problemas mentales en personas que ni siquiera conoce. Es el doctor que no ve. Sin haber recibido ni una sola visita a su consultorio puede decir quién es narcisista, borderline o hasta alcohólico. Así nomás, sin filtro, como quien da la hora. Y él solo es la peor consecuencia de toda esa larga fila de profesionales médicos que son absorbidos por la pirotecnia mediática y se olvidan de la esencia principal de su vocación: sanar a las personas. Usan la televisión como un medio para elevar la tarifa por consulta y para aumentar su feligresía. La cura, aquí, resultó más mala que la enfermedad.
Valiente Anahí de Cárdenas, y ojalá Angie Arizaga pueda recuperarse pronto de este cruel tropiezo anímico. Que los carnívoros programas de TV no olviden que sus figuras pueden ser seres humanos con un triste mundo interior. Poco ayudan haciendo sangrar más la herida enfocando a esos malos profesionales de la salud. Ya toca que el Colegio de Psicólogos se manifieste. Mientras tanto, entendamos que una correcta evaluación psicológica debe ser presencial. Diagnosticar sin ello es casi una estafa. Como diría Gloria Trevi en su momento más sabio: no me diga tonterías, doctor psiquiatra.