Durante la campaña presidencial, Donald Trump ha vuelto a utilizar el miedo como estrategia central. Se aprovecha de un electorado que históricamente ha dado muestra de altos niveles de paranoia y que prefiere el aislacionismo. Este temor ha tenido connotaciones muy marcadas en la sociedad norteamericana, especialmente desde mediados del siglo XX cuando el principal miedo fue al comunismo y particularmente a la Unión Soviética. Tuvo su pico durante el macartismo de los años 50.
Donald Trump se ha dedicado a alentar incansablemente esta cultura del miedo. Sus principales armas son las medias verdades, las mentiras (más de 20.000 según el “Washington Post”), la hipérbole, las teorías de conspiración, la manipulación y otros instrumentos de engaño. ¿Cuáles son los miedos que trafica?
El primer miedo es China. Alimenta la aprehensión de que EE.UU. está siendo desplazado como la economía más grande del mundo, el mayor centro investigación de elite y como poderío tecnológico. El gigante asiático es acusado de “robar empleos”, espionaje (industrial y a la población), control monetario, infracciones contra la propiedad intelectual, entre otras. De acuerdo al Pew Research Center, la opinión desfavorable de los estadounidenses respecto a China ha aumentado del 55% en 2016, al 73% en la actualidad.
El segundo temor es a la globalización. El populismo de Trump se construye sobre el lema ‘America First’, alegando que el resto del mundo se ha aprovechado de su país, vía tratados de libre comercio lesivos, la sumisión ante organizaciones multilaterales, y el financiamiento a países y bloques (OTAN) que no sirven los intereses del país. Aterriza este temor en la mente del ciudadano común haciendo hincapié en la pérdida de empleo y la “invasión” de inmigrantes. A pesar de este discurso, de acuerdo a una encuesta reciente de Gallup, solo el 30% de los estadounidenses rechaza la intervención de su país en asuntos internacionales. Asimismo, un 66% considera que la inmigración representa una fortaleza (Pew, 2019).
El tercer miedo es al socialismo y lo trabaja desde dos frentes: el rechazo al ‘big government’ y la supuesta reducción de las libertades. Acusa a los demócratas de aumentar impuestos, burocracias, regulaciones y prohibiciones. Su actitud hacia el uso de mascarillas durante la pandemia es un típico rechazo –por absurdo que parezca– a una “imposición” gubernamental. Sin embargo, la mayoría de ciudadanos favorece –según Kaiser Family Foundation– mayor apoyo federal a programas de salud (74%) y a un servicio nacional de salud (56%) y –según Gallup– el 64% quiere más restricciones en la compra y posesión de armas de fuego.
Un cuarto temor es la inseguridad ciudadana que muchas veces se traduce en un racismo encubierto. Esto se nota con claridad en su discurso de ‘law and order’ ante las masivas protestas en todo el país en contra del racismo sistémico. Trump insistentemente ha etiquetado a todos los participantes como extremistas que buscan generar caos y anarquía. Todo ello a pesar de que el 65% considera que la discriminación étnico-racial es un “gran problema” en el país (Monmouth University, 2020).
Hemos visto que estos y otros miedos no son compartidos por la mayoría de los estadounidenses. Entonces, ¿por qué insiste Trump en la estrategia de temor?
Primero, porque sus seguidores son fanáticos y representan un sólido 30% de la población. Segundo, porque hay muchos republicanos moderados que temen más a los demócratas y parecen seguir el dictamen atribuido a Franklin Roosevelt: “Puede ser un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”. Tercero, porque históricamente las fuerzas de cambio no acuden tanto a las urnas. Según el United States Election Project, en las elecciones presidenciales, como promedio, el 70% de los mayores de 60 años vota, pero solo el 40% de los jóvenes (18-29 años). Más acuden a las urnas los blancos (65%) que los hispanos (45%).
¿Podrá el rechazo a un gobernante irresponsable más que la apatía política? De acuerdo a los expertos, a pesar de la pandemia, se romperán los récords de votación. Y ese es un miedo real que Trump solo puede enfrentar con otro: cuestionando la limpieza de las elecciones.