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El 4 de mayo de 1839 apareció el primer número de El Comercio de Lima. Ciento veinticinco años han transcurrido desde entonces en la vida de la lengua española, y es natural que en ese siglo y cuarto ella haya evolucionado en sus diversos aspectos.
Uno de esos aspectos es el del simple envejecimiento u olvido de palabras que en otro tiempo designaban objetos que hoy ya no existen. Los términos que se referían a instituciones desaparecidas son, desde el punto de vista de la lengua, voces históricas o arcaicas. El posible desconocimiento de un término es un hecho claro y siempre subsanable.
Es mucho más complicado, por lo contrario, el aspecto del cambio semántico. Y la causa de la mayor complejidad de este problema está en que, al revés de lo que sucede con las palabras desusadas, la divergencia ocasionada por el cambio semántico es invisible en la superficie. Palabras que no han dejado de usarse durante todo el siglo XIX y lo transcurrido de este, palabras a primera vista inalteradas de entonces acá, han cambiado por dentro. Es decir, tienen hoy un sentido diferente del que tenían en el siglo pasado en todo el mundo hispánico.
De hecho, todo lector moderno de documentos o literatura del siglo XIX –todo lector que recorra la colección de El Comercio en su primera época, por ejemplo– tiene en determinado momento la sensación de estar ante un medio de expresión que difiere del suyo.
Algunos casos mencionados –y, por supuesto, de ninguna manera únicos– son los siguientes:
Análogo, usado con el valor de ‘adecuado’: “las reformas sociales nunca deberán consistir en la mudanza de la forma de gobierno, sino en la perfección más análoga a ella” (Jovellanos, Obras escogidas, edición Clásicos Castellanos, II, pág. 124). Esta acepción, hoy desusada, coexistía con la vigente de ‘semejante, parecido’, que es la etimológica y se emplea en castellano desde la época clásica.
Circunstancias eran no solo las ‘condiciones externas en que algo se realiza’ sino también, opuestamente, las ‘cualidades subjetivas’ de ‘una persona’: “para andar por el empedrado de Madrid no es la mejor circunstancia la de ser poeta ni filósofo” (Mariano José de Larra, Artículos de costumbres, Clásicos Castellanos, pág. 74); “por haberme apasionado de una señorita de las más bellas circunstancias y recomendables prendas, como es mi señora doña Teresa Toro...” (Bolívar, Obras, I, 14); “ya tu madre te habrá expuesto /, Amelia, mis circunstancias” (Segura, Comedias, II, 222).
Hemos analizado, así, términos que tienen actualmente sentidos a matices diferentes de los que tenían hace un siglo. Estos usos nos dan idea de lo que significa el estudio del cambio semántico cuando se trata de penetrar el espíritu de una época determinada, y nos precaven contra la ligereza que puede cometer el lector que no se sitúa en la perspectiva lingüística de esa época.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 4 de mayo de 1964.