Quizá el lema “Make America great again” que inspira al gobierno de Donald Trump sea la manifestación más elocuente de que EE.UU. se siente en declive relativo y que necesita encontrar, a como dé lugar, una ruta que lo regrese a aquel breve espacio de tiempo –entre la caída del muro de Berlín y el atentado a las Torres Gemelas– en el cual el mundo fue genuinamente unipolar, y su hegemonía global, indisputable.
Pero, como puede atestiguar el Reino Unido, eso nunca dura para siempre. Era estructuralmente imposible –ha escrito Janan Ganesh en el “Financial Times”– que un país con menos del 5% de la población mundial pudiese mantener tal dominio, con gigantes en surgimiento como China que van a evitar a toda costa que su expansión sea contenida, como de hecho creen que hizo EE.UU. adrede con Japón en la segunda mitad del siglo XX.
La gran potencia occidental ha optado, sin embargo, por dispararse al pie ordenando medidas como el cierre abrupto de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (Usaid), una de sus principales fuentes de ‘soft power’ o poder blando, que es –siguiendo a Joseph Nye– cuando la cultura o valores de un país generan tal atracción que este consigue lo que quiere sin tener que recurrir al uso de la fuerza.
Trump propone, más bien, una vuelta al ‘hard power’, mientras destruye el sistema de alianzas geopolíticas que tanto ha servido a su país y al mundo. En los pocos días que lleva en el gobierno ha asumido el rol de matón con sus vecinos México y Canadá, con los daneses a quienes les quiere extirpar Groenlandia, con los panameños a los que quiere dejar sin canal, con los palestinos en Gaza a los que quiere literalmente mandar a vivir a otro lado mientras él se ocupa de remodelar la “riviera del Medio Oriente”, y así. A modo de berrinche de prepúber, exige que se modifiquen los mapas a su gusto para que digan “golfo de América” en lugar de “golfo de México”.
Vladimir Putin mira todo esto complacido porque sabe que un envanecido Trump es fácil de manipular. Los chinos, por su parte, ya están viendo la enorme ventana de oportunidad que les han dejado para capitalizar. No es casual que una de las series de TV más populares en nuestro país esté anunciando la grabación de episodios en China. Vendrán en tándem crecientes inversiones y ‘soft power’ del gigante asiático.
Quienes conectan con el conservadurismo o el ‘antiwokeísmo’ de Trump en países como el nuestro pecan de ingenuos si creen que eso de alguna manera nos va a salvar de las consecuencias económicas de su guerra arancelaria, la desaparición de la ayuda humanitaria o el debilitamiento de instituciones internacionales que proveen bienes públicos como la Organización Mundial de la Salud. El efecto neto va a ser negativo, entre otras razones porque a Trump, a diferencia de los chinos, no podría importarle menos el Perú.
Esto me apena sobremanera. Con todos sus defectos, EE.UU. ha sido un promotor global de la democracia, y hoy parece querer dinamitar la suya. A tal punto que un “empleado especial del gobierno” como Elon Musk, que nadie ha elegido y que casualmente es la persona más rica del planeta, despacha desde la Casa Blanca despidiendo a quien le place y apropiándose de información sensible de los ciudadanos estadounidenses.
Ni en una película de Hollywood podría haber un ejemplo más evidente de captura de un gobierno por un actor económico no sometido a control, con tal descaro que responde las conferencias de prensa por Trump. De ahí que en el “Wall Street Journal” se hable –haciendo un juego de palabras con las siglas de EE.UU. en inglés y el nombre de la red social de propiedad de Musk–, de los nuevos tiempos de UXA.