Ha fallecido Mario Bunge. Hace unos meses había cumplido 100 años. Fue uno de los filósofos más notables de Argentina y del continente. Se desempeñó como catedrático de Física Teórica y Filosofía en diversas universidades de su país y de Estados Unidos para, finalmente, afincarse en Canadá en 1966, impartiendo sus conocimientos en la afamada Universidad McGill, en Montreal.
Su amplia producción abarca desde la filosofía analítica hasta la especulativa. Y de todas sus obras, quizá la que más impactó en los corrillos académicos latinoamericanos fue “La ciencia, su método y filosofía” (1960), un libro que tiene varias ediciones y que sigue siendo consultado no solo por los filósofos epistemólogos, sino también por los científicos sociales.
A Mario Bunge lo conocí en la casa de mi padre, en los años 70 del siglo pasado, cuando yo era un estudiante de la Facultad de Derecho y Ciencia Política en la Universidad de San Marcos. Solía asistir también a las conferencias que él impartía cuando venía a Lima.
Tuvo una gran amistad con mi padre, al que le envió una cariñosa carta cuando cumplió 100 años. Bunge fue un sabio, un docente entretenido, profundo, vigoroso y polémico. No podemos olvidar, por ejemplo, la discusión que generó su participación en un encuentro realizado en nuestra capital en torno al famoso Martin Heidegger, debido a la discutida etapa de este último cuando fue rector de la Universidad de Friburgo en la que, al parecer, se adhirió al nazismo: una controversia que llegó hasta los medios de comunicación.
Sin embargo, a pesar de su fama como filósofo de la ciencia, poco se sabe sobre sus escritos éticos y políticos. Del primero, planteó que “se dejara de considerar a la ética como un muestrario de opiniones arbitrarias y utópicas de pensadores ilustres, y se pase a construir una ética científica, como ciencia de la conducta deseable, que emplee el método científico y los conocimientos científicos acerca del individuo y de la sociedad”. En cuanto a sus ideas políticas, estas se hallan en su obra “Filosofía política”.
En esta plantea una “democracia integral”: una forma de vida política en la que todos tienen libertad para gozar de todos los recursos, así como de participar en todas las actividades sociales sometidos solamente a las limitaciones impuestas por los derechos de los demás. Sostiene, además, que esta democracia integral estaría compuesta por: la democracia ambiental, que significa acceso igual –pero gestionado– a los recursos naturales y a su aprovechamiento sostenible; la democracia biológica, que es indiferente al género y al color de las personas, pues no discrimina a los individuos por su opción sexual o por pertenecer a una etnia; la democracia económica, que significa el predominio de las empresas autogestionadas por encima de las firmas de propiedad y administración de la riqueza, sean estas privadas o estatales (Bunge, en este aspecto, se inclina por una especie de “socialismo de mercado”); y la democracia cultural, que implica un acceso igual al patrimonio histórico, humanístico, científico y tecnológico.
En esta relación también incluye a la democracia política y a la jurídica.
Luego de fundamentar con una serie de argumentos en qué consiste la democracia integral y de confrontarla con distintos regímenes político-económicos a lo largo de la historia (que resultaría extenso explicar en este artículo), Bunge sostiene que la democracia integral es superior a todos los demás regímenes, seguido de cerca por la socialdemocracia.
Resalta también la diferencia entre una democracia débil o formal, que es solo un mecanismo de consulta y arbitraje, con la fuerte, que supone la participación porque lleva a la igualdad, refuerza la cohesión, fomenta la estabilidad y fortalece el sistema democrático. Para Bunge, la democracia, la participación, la cohesión y la estabilidad forman una cadena causal automantenida.
La democracia integral de Bunge, de llevarse a cabo, sería una eutopía, un lugar que permite la realización plena del ser humano. El filósofo argentino nos deja una propuesta para pensar, debatir y –quién sabe– ejecutar.