En 1969, cuando me trasladé de la Universidad de Deusto a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, tuve una pléyade de magníficos profesores por una razón que para mí es fundamental en los buenos docentes: eran cultos. No solo conocían a fondo su curso, sino que lo adornaban con un saber adicional que enriquecía el contenido de sus cátedras y contribuía con el aprendizaje de sus alumnos. Entre ellos, destaca Carlos Thorne Boas, jurista, filósofo y literato, que acaba de fallecer y con quien tuve una gran amistad.
Corrían los años 70 del siglo pasado y la amistad con Carlos se fue acrecentando. Muchas veces lo visitaba en su casa de Lince donde vivía también su hermana Lola, escritora y poeta, íntima amiga de una de las poetas más importantes que ha tenido nuestro país: Yolanda Rodríguez Cartland de Westphalen, que fue mi suegra. La temprana muerte de Lola lo afectó profundamente y le causó un dolor con el que cargó toda su vida.
En 1973 fue jurado de mi tesis de bachiller. Dos años después de salir de la universidad, empecé a enseñar en la Escuela Militar de Chorrillos y en la Escuela de Oficiales de las Fuerzas Aéreas. En 1978 me volví a encontrar con él en una reunión y le conté sobre mi aventura docente en las FF.AA. Luego de escucharme atentamente, me preguntó: “¿Quieres enseñar en San Marcos?”. Mi respuesta fue un alegre “sí”, sin ninguna vacilación. Por eso, siempre digo que a él le debo mi ingreso a San Marcos; primero como profesor auxiliar contratado en el curso de Sociología Jurídica y luego por concurso de cátedra desde 1980.
Como jurista, Carlos dejó obras importantes. Entre estas, destacan sus libros “La interpretación de la ley” y “Cuestiones metodológicas y otros ensayos de filosofía y sociología del derecho”, que tiene un importante prólogo de Mario Alzamora Valdez, uno de los grandes iusfilósofos que tuvo el Perú.
Pero, sobre todo, Carlos tenía vena de escritor. En este terreno también destacó, como un original e innovador novelista desde la segunda mitad del siglo XX. Considerado por los especialistas en esta materia entre los principales exponentes de lo real maravilloso y la novela histórica latinoamericana. Tuvo varias novelas de este género; entre ellas, destaco “Viva la República” (1981), en la que, como buen demócrata que fue, se burló de las dictaduras latinoamericanas de los años 80. Así, el dictador en esta novela se llama Pío Urano Servidela, por Juan Velasco Alvarado, que fue piurano oriundo del distrito de Castilla, y por Jorge Videla, el feroz tirano argentino.
Siguió escribiendo incluso durante su vejez, como lo demuestran sus más recientes obras: “Yo, San Martín” (2011) y “País violento” (2017). Fue galardonado con el premio de cuento de la revista “Cuadernos de París” (1966), el premio de Novela “Ricardo Palma” (1969) y el Premio del Cuento otorgado por el Instituto del Cuento del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Venezuela (1971). Además, fue presidente del Instituto Peruano de Filosofía del Derecho y Decano de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de San Marcos. También dictó conferencias y fue profesor visitante en importantes universidades de América y Europa.
En gran parte, le debo la cátedra a esos viajes, que a veces duraban un mes o más. Así, tenía tiempo para prepararme y entrenarme en el arte de la docencia, enseñando los cursos de Sociología del Derecho y también el de Introducción al Derecho y a las Ciencias Jurídicas. Tanto tiempo que la destacada maestra Ella Dunbar Temple, que fue mi vecina por 13 años cuando vivía en San Isidro, solía decirme: “Paco, estás violando el estatuto porque un auxiliar solo puede dictar el 10% del curso y veo que tú estás dictando más”. Era una situación, sin embargo, forzada por las circunstancias de las conferencias que Carlos dictaba en el extranjero, de la que no me arrepiento porque fue muy útil para mi carrera universitaria.
Por todo esto, por la mano que me extendió y por lo que le dejó al país a través de sus obras literarias y jurídicas, solo me queda decir: gratitud al amigo, gratitud al escritor y gratitud al jurista.