En el 2016, tras la muerte de David Bowie, se hizo viral un tuit que justificaba las muestras masivas de luto e iba más o menos así: “Pienso en cómo estamos de duelo por artistas que nunca vimos personalmente. No lloramos porque los conocíamos, lloramos porque nos ayudaron a conocernos a nosotros mismos”. Por esas fechas, sin embargo, también hacía noticia este otro tuit de la columnista de “The Times” Camilla Long: “Tanta gente ‘llorando’ o ‘hecha trizas’ por Bowie. Váyanse a la mierda. No tienen 10 años, son unos adultos. Crezcan y digan algo interesante. Es simplemente tan poco sincero ver todo eso”.
Las frases representan los dos grandes polos de las decenas, si no cientos, de artículos que se han escrito sobre ese fenómeno tan raro: las manifestaciones de dolor por la muerte de celebridades. De hecho, quizás muchos de quienes se sientan invadidos por un sentimiento de pérdida tras la muerte de Kobe Bryant y ocho personas más, incluida su hija, en un accidente de helicóptero, también reconozcan que hay algo extraño en ver cómo un usuario en las redes nos comparte su tristeza solo para, un par de horas después, pasar a enseñarnos lo que comió esa noche o su rutina de belleza. La tragedia absoluta y la vida como si nada, todo en la palma de nuestra mano.
Aunque creo inevitable ver con cinismo muchas de las respuestas a la muerte de celebridades, también pienso en quiénes somos nosotros para decirles a otros cuándo y por quiénes pueden sentir dolor.
La profesora de la Universidad de Buffalo Shira Gabriel escribió un artículo que explica las razones detrás del duelo por personas famosas. Ahí aparecen explicaciones como los vínculos unilaterales que formamos con ellas; la manera en la que nos atan a nuestro pasado, y en ese sentido sentimos que perdemos una parte de nuestro yo más joven cuando mueren; o la forma en la que estos eventos nos enfrentan a nuestra propia mortalidad.
Admitiendo entonces que muchas personas están sintiendo el dolor de la pérdida, hay, sin embargo, una distinción que nos puede ayudar en el debate. El psicólogo y profesor del University College London Tomas Chamorro-Premuzic nos llama a distinguir entre los sentimientos y sus manifestaciones públicas. Y a pensar cómo, en el caso de la muerte de celebridades, a veces vemos lo segundo sin lo primero; estamos –dice– menos ante sufrimiento colectivo y más ante la manifestación de la ‘correcta’ etiqueta cultural. Pensemos, en otras palabras, en un luto sin duelo.
En todo caso, lo cierto es que el luto ha adquirido nuevas formas en la era digital. Y eso nos afecta a todos; también a los que no comentamos cuando se muere una celebridad. Yo, por ejemplo, me he enterado de la muerte de un amigo de la infancia mientras chequeaba mi Facebook en la oficina, y he revisado su Facebook casi obsesivamente, tratando de rellenar los años en los que no lo conocí, tratando de alimentar algo que no sé qué es.
Entre los artículos sobre la muerte en la era digital, quizás uno de los más bellos y dolorosos es el que escribió en “The Atlantic” Claire Wilmot, luego de que su hermana Lauren muriera. Allí, Wilmot cuenta cómo una amiga –con la que su hermana no había estado en contacto desde que habían salido del colegio– se enteró de su muerte y decidió comunicárselo al mundo a través de Facebook. Puso una foto de las dos juntas con la palabra ‘RIP’ y una mención a un ángel y al cielo. Aunque Wilmot reconoce las maneras en las que las redes sociales pueden volverse un espacio para el luto público y cómo esto puede ayudar a muchos a procesar el duelo, nos llama a aproximarnos a estas de manera crítica. “En lugar de reconstruir una válvula de escape para el luto público, las redes sociales muchas veces reproducen los peores defectos culturales alrededor de la muerte; principalmente, lugares comunes que ayudan a aquellos en la periferia de la tragedia a racionalizar lo que ha pasado, pero oscurecen la incómoda, desordenada realidad de la pérdida. Las redes sociales han aumentado la velocidad y la facilidad de las comunicaciones hasta un grado sin precedentes, y aun así espacios como Facebook y Twitter no están bien situados para manejar la extrañeza del duelo. Por diseño, las redes sociales demandan las conclusiones ordenadas, y diluyen la tragedia para hacerla comprensible incluso para aquellos que solo están lejanamente al tanto de lo que ha pasado”.