El 15 de agosto, a través de un tuit, el presidente Pedro Castillo informaba que había convocado a los principales medios de comunicación para impulsar “un trabajo conjunto que priorice la estabilidad del Perú mediante el respeto al derecho a la información y el ejercicio responsable y transparente de la libertad de expresión”. Y lo acompañaba con una foto que dejaba constancia del hecho.
Históricamente, las dictaduras han buscado controlar a los medios. Ello en la medida en que una prensa libre es condición necesaria para una democracia liberal, pues, al transmitir información, permite que se controle y vigile a los gobernantes. La única forma en que la sociedad civil puede vigilar a un gobierno es accediendo a información. Recordemos que no hay nada más peligroso para el ejercicio de las libertades de los ciudadanos que el Estado. Es por ello que las constituciones políticas han sido creadas para que los ciudadanos puedan ponerle límites a este y garantizar el ejercicio de sus libertades, entre ellas las de información, opinión, expresión y difusión de ideas a través de los medios de comunicación. La importancia de una prensa libre no radica solo en el derecho de los periodistas a expresarse sin censura, sino en el derecho de los ciudadanos de recibir información cierta. La prensa es el cuarto poder porque permite arrojar luz ahí donde los tiranos quieren sombra y oscuridad.
El ganador del premio Pulitzer, Josh Friedman, publicó un artículo en Project Syndicate en el cual explicaba la importancia del periodismo. “Los periodistas son irreprimibles, y tratar de controlarlos no sirve de nada a largo plazo. [Pero] retrasa el desarrollo de medios de prensa más profesionales”. Esto último es lo que ocurre en el Perú, donde la prensa profesional está aún en formación. Los medios no son ajenos a la debilidad institucional que afecta al país. Las amenazas contra periodistas y la sumisión de muchos de ellos a los regímenes de turno son harto conocidas.
Mientras las dictaduras buscan cerrar medios de comunicación y encarcelar periodistas, las democracias liberales hacen lo opuesto. Friedman explica cómo durante la Revolución Francesa, que sentó las bases de las democracias modernas, se levantaron las restricciones a la prensa. Para 1793 había en el país más de 400 periódicos; cuando Napoleón tomó el poder en 1799 solo quedaban 72 en París. Pronto, esta cifra se redujo a 13, y para 1811, a cuatro.
Los gobiernos dictatoriales aprueban leyes que dicen garantizar una prensa libre, pero que en realidad limitan y censuran a periodistas. Velasco confiscó y cerró medios de comunicación, y creó una empresa pública para administrar la televisión: Telecentro. En Cuba solo existe un diario, “Granma”, definido como el órgano oficial del comité central del Partido Comunista. Entre el 2013 y el 2018 han desaparecido 80 de los 155 periódicos en Venezuela, y en el 2017, el gobierno chavista cerró 46 emisoras de radio y 3 canales de televisión. En Nicaragua, el gobierno acaba de cerrar “La Prensa”. Mientras que China y Turquía han intensificado sus campañas represivas contra periodistas. Y Rusia ha promulgado nuevas leyes que autorizan el castigo a personas y medios electrónicos que difundan “noticias falsas” e información que no muestre “respeto” al Estado. La campaña contra la prensa es global.
Es en este contexto que la invitación de los medios a Palacio no debe de pasar desapercibida. Como tampoco debería hacerlo el editorial del diario “La República” que defiende a Héctor Béjar y cuestiona a la Marina de Guerra del Perú. Tal como lo señaló El Comercio en su editorial “Abajo los micrófonos”, del 20 de agosto: “la única relación que cabe entre la prensa y las autoridades de un país es la de una vigilancia crítica permanente”.