La cola, ese ritual peruano en homenaje a la paciencia, da varias vueltas alrededor. Es domingo, día electoral. Son las ocho y la última luz del verano cae sobre las cabezas impacientes de algunos votantes. Hemos llegado al local, pero en vista de los peligros de una calle aglomerada, volvemos a la casa. Ya iremos más tarde, cuando algunos voluntarios más jóvenes y preparados puedan instalar las mesas.
En la tarde logro votar sin problemas. Me siento muy bien de votar. Es decir, de vivir en un país donde todavía es posible votar, con confianza en unas elecciones limpias, aunque con toda la incertidumbre del resultado.
A las siete, viendo las noticias, esa incertidumbre se resuelve de la peor manera. Las cifras nos dicen que estaremos obligados a elegir entre un candidato que propone cerrar el Congreso y el Tribunal Constitucional en nombre del “pueblo” (un concepto vago y conveniente), y una candidata acusada de liderar una organización criminal.
Desde ahora, nuestra agenda emocional es distinta. La segunda vuelta estará marcada por el miedo. Nuestra pregunta al votar será a quién le tememos menos. ¿Al radicalismo que impone Perú Libre, a sus relaciones con Vladimir Cerrón, a la inexperiencia de su líder, a las distintas voces dentro de su partido que probablemente provocarán luchas internas? ¿Tenemos miedo de que nunca comprenda que la avalancha de estatizaciones que propone solo puede realizar espantando todo tipo de inversión? O, por el contrario, ¿le tememos más a los líderes del fujimorismo, que tumbaron ministros, blindaron corruptos y son acusados de formar una organización criminal? ¿Podemos estar realmente seguros de que Pedro Castillo es un líder nacional, que puede convocar a personas de las más diversas regiones? ¿No son evidentes las relaciones que tiene con grupos extremistas, como lo ha señalado en estas páginas Carlos Basombrío? ¿Acaso se puede ignorar una carrera como la de Keiko, educada en las aulas familiares de su tío Vladimiro y de su padre? ¿No es razonable pensar que la hija de Alberto Fujimori repita los actos de corrupción en cuyo ambiente creció desde niña?
Estas y otras preguntas van y vienen. El seis de junio, fecha de la elección de la segunda vuelta, parece tan lejos. Durante esas semanas, el miedo se irá distribuyendo.
El voto es emotivo, y entre las emociones que lo definen, la principal es la empatía. La imagen de los líderes, su ropa, su modo de hablar, son decisivos. En todo candidato hay factores personales, sociales y culturales que se activan o no entre los electores. En ese abanico de emociones, la tragedia de millones de peruanos que hace mucho tiempo sufren hambre y desamparo ha producido una apuesta por algunas opciones radicales.
Aunque también puede decirse que ha producido el rechazo de toda opción. En las elecciones del domingo pasado hubo casi un tercio (29,8 por ciento) de peruanos que no fue a votar. Hubo un 12,7 por ciento que votó blanco o viciado. Si más de un cuarenta por ciento no está de acuerdo con ninguna de las opciones, la estrategia inteligente de alguno de los candidatos sería mostrar un programa de unidad.
El domingo pasado, al salir del centro de votación, una señora se acercó a mi esposa y a mí. Era una extranjera con muchos años de residencia. Nos dijo que ella confiaba en que todo saldría bien en nuestro país, a pesar de las muchas dificultades. “Pueden fallar los líderes, pero está la gente”, nos dijo. “Así será.” Me gustaría contagiarme de su optimismo y con esa esperanza me quedo. Mientras tanto, por ahora, la cola se ha disuelto.