Las elecciones estuvieron siempre en un segundo plano. El protagonista central de nuestras vidas ha sido (y seguirá siendo por un buen tiempo) el COVID-19.
A ello contribuyeron los propios candidatos que no lograron contagiarnos ninguna esperanza. Al punto que, a cuatro días de la votación, entre los que no votarán como expresión de su rechazo, los que viciarán su cédula, los que la dejarán en blanco, los que no se han decidido, los que han optado por alguno solo como su mal menor y los que aún podrían cambiar su voto, deben ser alrededor del 80% de la población.
Y encima, en estos días previos, las cifras del Minsa son de espanto (54.000 muertos hasta ahora). Y a eso súmesele que son solo una fracción de las muertes en exceso que registra el Sistema Informático Nacional de Defunciones (signo de los tiempos, Sinadef se ha convertido en una sigla ampliamente conocida y su web de las más visitadas).
Este marzo fue el mes de más muertos en toda la pandemia: 31.399 personas, un promedio de 1.012 personas cada 24 horas (el Minsa reportó en promedio 150 diarios). Casi ya se duplicó el peor escenario que ellos habían pronosticado para la segunda ola (19.783); y el bicho sigue devastando sin pausa.
Leer, con esa información en mente, las cifras que nos va dando el Minsa para esta semana previa al 11 de abril es de terror: sábado, 294 fallecidos; domingo, 252; lunes, 261…
Y las vacunas siguen lentas en llegar y en aplicarse. Hace dos meses ya que recibimos las primeras 300.000 dosis y hasta la fecha han llegado solo 1 millón 667 mil vacunas. Añádasele que solo tenemos 313.500 personas protegidas con dos dosis, las que sumadas a los que ya recibieron una, hacen 895.421. En espera (que desespera) hay 771.579 por aplicarse.
¿Por qué en el tiempo transcurrido no se han podido usar todas las de Sinopharm? Si están seguros de que llegarán 800.000 vacunas de Pfizer este mes y habiendo usado solo una pequeña parte de las 250.000 que ya teníamos, ¿por qué no se pone el pie en el acelerador?
Vacunar rápido no necesariamente nos salvaría de los destrozos que seguiría haciendo el malhadado bicho en el corto plazo. De hecho, Chile, habiendo inoculado a más del 40% de su población con al menos una dosis, está en confinamiento y ha postergado sus importantes elecciones de este domingo. Eso no significa que aquí pasemos por agua tibia la sobre oferta y la falta de transparencia con la que se viene manejando el tema.
Aun así, el Gobierno tiene mucha más claridad y sensatez que los candidatos sobre qué hacer con la pandemia.
Hay quien dice que irá el mismo 28 de julio a los Estados Unidos y regresará con 40 millones de dosis. La estadía puede ser muy prolongada.
O quien sostiene que cañazo con sal es un buen tratamiento para los infectados; y que, para que tengamos vacunas, llegará a un acuerdo con los laboratorios para que nos den la formula y la produzcamos acá.
Hay también quien señala que el Estado solo lo puede todo y que, habiendo ya fracasado en casi todo lo relacionado al COVID-19, debe tomar el control temporal de las plantas productoras de oxígeno para solucionar el desabastecimiento.
Otro sostiene que su gobierno no traerá vacunas porque eso es tarea de los privados (empresas, las ONG y comunidades) y ellos lo harán más rápido. No toma en cuenta que hoy, en el mundo entero, a quienes se las venden es a los estados.
Tamañas barbaridades ratifican que este gobierno es el que, citando al ingeniero Pratto del comité de vacunas, “está en la obligación de firmar 4 o 5 contratos […] para comprar por lo menos 80 millones de dosis de vacunas, con un cronograma estricto de suministro y un cronograma de vacunación ordenado por edades, por fechas y lugares de vacunación de toda la población adulta…”.
Volviendo a esta semana, con todo lo dicho del momento que vivimos, lo que el estado de la salud pública obligaría es a postergar las elecciones.
Pero eso es imposible. La política ha llegado a tales niveles de toxicidad y de distancia con las necesidades reales de los ciudadanos, que un acuerdo para ello sería inalcanzable. De intentarse, los que creen que les conviene postergarlas para ver si cambia su suerte, dirían que hacerlo era indispensable. Los que perciben que esto no les conviene, porque podrían perder momentum, denunciarían fraude.
¡Habrá 11 de abril!
Y si hace unos meses en esta columna hablaba de siete enanos sin Blancanieves, para referirme a lo que estaba pasando en las elecciones, pues, ahora, los enanos se han achicado más y se han multiplicado hasta ser doce para el Congreso.