En el debate final, ninguno mostró niveles de estadista, algo que uno soñaría para gobernar el Perú, más aún enfrentando un momento sanitario y económico tan difícil, y estando en vísperas del bicentenario. Pero eso ya lo sabíamos.
Aterrizando en lo que hay, a Fujimori le fue mejor que a Castillo, pero no parece que ello pueda definir la elección. El 6 de junio serán varios millones, aún indecisos, los que nos dirán quién nos gobernará.
Pero, pase lo que pase, hay cosas que ya están definidas, y el 7 de junio despertaremos con problemas tan grandes o mayores a los que ya teníamos.
Gane quien gane tendrá desde el primer día la desconfianza, miedo y hasta odio de la otra mitad del país. No se podía esperar otra cosa: los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta sumaban entre sí menos del 20% de los electores y ambos cargando mochilas tan pesadas.
A esto hay que agregarle la imposibilidad de cumplir con sus promesas electorales. A menos que violente la institucionalidad del país que ha jurado respetar, no hay manera que Pedro Castillo logre convocar a un referéndum para una asamblea constituyente. Las presiones para que se la juegue serán enormes, dado que sus empoderados entornos ultrarradicales verían en esta la oportunidad de sus vidas. Si les hiciese caso, dejaría inmediatamente de ser un presidente constitucional, con las consecuencias que ello implicaría.
Fujimori depende menos del Congreso para realizar sus propuestas. Pero para ganar ha hecho tal cantidad de ofertas de bonos, becas, ingresos, jubilaciones y disminución o postergación de impuestos, que suena difícil que puedan cuadrar el círculo. Y las calles, ya encabritadas por el enorme sufrimiento con la pandemia y alentadas por Castillo y adláteres, difícilmente le darían tregua.
Veamos también el Congreso. Más fraccionado incluso que el anterior, arranca con 10 bancadas y previsiblemente en pocos meses habrá varias más resultado de divisiones y reacomodos. Hay un número no menor de congresistas con diversas acusaciones en curso por temas de corrupción y otros múltiples delitos. Otro mal síntoma: la cantidad que tienen o han tenido problemas judiciales por la manutención de sus hijos.
Pero lo más indigno para con la patria es que, justo en su bicentenario, haya una bancada tan cercana a las diferentes facciones de Sendero Luminoso. Congresistas que tienen vínculos documentados con el Movadef, que tienen atestados policiales que vienen desde la peor época, y hasta uno que enfrenta un juicio penal por vínculos con los Quispe Palomino del Vraem.
Creo que no hay manera en el que el país salga de esta historia sin grandes magulladuras. Y, en mi apreciación, con Castillo las heridas pueden ser mucho más profundas y duraderas.
Pero el Perú y su gente seguirá acá y habremos de reinventarnos. Ojalá surjan iniciativas políticas con base ciudadana amplia que converjan en lo que creo son los tres grandes y verdaderos retos para nuestro país.
El primero, transformar el Estado para que funcione, gestione, llegue y promueva (algo que ninguna Constitución vieja o nueva garantiza). El segundo, que haya un verdadero esfuerzo nacional para darle absoluta prioridad a cerrar brechas que en el Perú siguen siendo aberrantes (las de la educación y la salud, las dos más dolorosas). En ese esfuerzo, el compromiso de los empresarios puede ser muy importante. Deben haber ya aprendido que su futuro como tales (y como ciudadanos) depende de ello. No basta cumplir las leyes y pagar los impuestos.
El tercero, que logremos reformas políticas que nos permitan contar con verdaderos partidos, con políticos que vayan aprendiendo a gobernar desde abajo y que no se lancen a la aventura. Urge un Senado que permita reflexión adicional y visión de país. Elecciones primarias que reduzcan los contendores a un número razonable y, ya adelantado el voto preferencial, se pueda discutir con seriedad sobre propuestas.