Hace 10 días sostenía en esta columna que en el desenlace de la segunda vuelta había hasta tres escenarios posibles, y ninguno garantizaba un país en paz. Añadía que en el peor se producían resultados tan o más estrechos que los del 2016, aquellos que precipitaron el ciclo de inestabilidad política que hasta ahora arrastramos.
Una victoria clara de cualquiera de los dos no garantizaba un buen rumbo para el país, pero al menos habría una breve resignación, combinada con los aprestos para las siguientes batallas políticas que se vienen. En ambos lados la polarización y el encono son demasiado fuertes como para que ello no sea así.
Pero se dio el peor de los escenarios.
Hoy, miércoles, sabremos ya todos los resultados que puede ofrecer la ONPE, y es casi seguro que, luego del ingreso de los votos en el exterior, haya aún una ventaja para Perú Libre.
De ahí viene el proceso de revisión de más de 1.300 actas que no se han podido contabilizar porque hay observaciones a alguno o algunos votos en ellas. Es decir, toda la votación de una mesa no puede ser incluida hasta definir el destino de esos votos en particular.
Estamos hablando de cerca de 300.000 votos por ser contados. De las actas con votos observados hay casi mil en las regiones (y en el exterior) en que Keiko Fujimori ha ganado. A la vez, es verdad que hay alrededor de 400 en la misma situación en regiones en las que Castillo ha arrasado neutralizan parcialmente esa diferencia en número de actas.
Así, nada está dicho en relación a quién nos gobernará el 28 de julio. Pero, lamentablemente, ya mucho lo está en la actitud que tendrán los contendientes frente al resultado final.
Además de las muchas características que los hacen tan complicados de digerir, los dos candidatos saben que esta es la oportunidad de sus vidas. Un escenario así no se les va a repetir. El conjunto de factores que han permitido que Castillo llegue donde está son, en mi opinión, irrepetibles. Y Fujimori enfrenta un juicio en donde puede o no terminar condenada; pero, en todo caso, ya no habrá una cuarta oportunidad para los herederos de Alberto Fujimori.
Y los dos están actuando en consecuencia.
En orden cronológico, Pedro Castillo llamó desde la misma noche del domingo a sus partidarios a salir a las calles en defensa de la democracia. Léase, defender un “triunfo” que todavía no ha conseguido. En varias ciudades, incluyendo Lima, han salido a presionar por un resultado frente a locales de la ONPE. Están llegando a Lima delegaciones de diversas regiones del país y seguirán arribando para continuar haciendo lo mismo en los próximos días; esta vez con el JNE.
El lunes por la noche se unió Fuerza Popular a la deslegitimación del resultado electoral, dando cuenta de hechos ciertos y otros posibles, pero que no tienen la masividad y probanza como para poner en pantalla #FraudeEnMesa, lo que previsiblemente se volvió tendencia en las redes en pocos minutos. Ya hay manifestantes con esa consigna en las inmediaciones de la ONPE.
No hay nada que hacer, estas elecciones nacieron torcidas y la tragedia sigue rondando el país.
No es difícil pronosticar que los próximos días van a ser de altísima tensión y que los riesgos de que ello termine en violencia son altos. Estos podrían ser aun mayores si es que quien pierda desconoce el resultado electoral.
Triste reconocerlo, pero hasta numéricamente nos hemos convertido en un país partido por el eje y con visiones del mundo radicalmente diferentes.
Gane quien gane se viene un período muy complicado que no se va a conjurar con los usuales llamados a “superar las diferencias” o a “unirse por el bien del Perú”. Soy escéptico de que los problemas políticos se resuelven en base a las buenas intenciones. Cuando lo escucho no puedo sino recordar una viñeta de Mafalda, del genial Quino, en donde ella escuchaba en la radio que “el Papa había hecho un nuevo llamado a la paz mundial” y acotaba: “de nuevo, sonó ocupado”.
Por supuesto que es necesario intentar un clima de convivencia mínimo que nos aleje de la violencia. Pero por razones que creo evidentes, ese papel no lo pueden cumplir los dos candidatos ni el resto de la clase política.
Me parece que solo hay dos espacios institucionales que pueden contribuir a ello. En un caso, el Acuerdo Nacional, lugar de confluencia de actores de diverso tipo y que tiene, además, la virtud de estar liderado por Max Hernández, un experimentado y convencido demócrata. El otro es el de la Conferencia Episcopal Peruana, que ya ha logrado algunas cosas importantes en esta segunda vuelta.
No creo que haya posibilidad de grandes acuerdos, pero si al menos consiguiésemos que los candidatos aceptasen el resultado de las urnas (porque definitivamente no lo harán en ambos casos sus entornos más radicalizados), habríamos dado un paso para alejarnos, por ahora, del abismo.