Lo hicimos de nuevo. Seleccionamos a los de mayor riesgo, menos dialogantes y más contaminados –directa o indirectamente– por la corrupción. Y eso que, en términos generales, era un grupo de candidatos que –con honrosas excepciones– no tenía la talla para gobernar al Perú. No fue una carrera electoral digna de un país a punto de cumplir 200 años.
Lo comprendo. Fueron semanas de incertidumbres y ansiedades, en medio de una pandemia mal llevada. Los gráficos de líneas de las encuestadoras mostrando la evolución de intención de voto de cada candidato parecían una montaña rusa.
¿Ha sido una experiencia política sui generis? De ninguna manera. Lo que hemos atestiguado es la exacerbación de tendencias que observamos desde hace treinta años. Elecciones que son cada vez más huérfanas de partidos y se centran en personajes variopintos, algunos con mochilas pesadas y otros con vacías que quieren llenar. Lo que sucede es que ahora todo es más rápido. Si Fujimori padre, Toledo y Humala se tardaron dos meses en subir “como espuma”, ahora sucede en menos de dos semanas. Si no, pregúntele a nuestro actual alcalde metropolitano.
Las redes sociales son capaces de levantar o sepultar candidaturas en cuestiones de días porque sentimos poca lealtad a propuestas carentes de cimientos organizativos, doctrinarios y programáticos. Con celulares en el 99% de los hogares a nivel nacional (85% en hogares rurales), las novedades, ‘fake news’, troleos, memes y videos son los que informan la intención de voto.
Escucho comentaristas decir que ha hablado un “Perú profundo” que está harto y ha reaccionado contra el ‘establishment’ limeño. Eso tampoco es nuevo. En las elecciones congresales extraordinarias del 2020 vimos como el Frepap y Unión por el Perú lograron resultados sorpresivos e inesperados. ¿Y dónde están ahora? Si revisamos nuestras elecciones en las últimas tres décadas, todos los “outsiders” que mencionamos anteriormente también recibieron el voto del Perú no limeño o costeño, en contraste a lo que sucedía –por ejemplo– con Lourdes Flores o Alan García.
Lo inédito es que no se lograra una mayor concentración en cuatro o cinco candidatos. ¿Cómo imaginarse una situación en la cual el 15% del voto emitido llevaría a estar presente en la segunda vuelta? En otros momentos, un candidato con ese resultado habría terminado en tercer o cuarto lugar, muy lejos del que ganó la primera vuelta. Ello significa que más del 70% del electorado tendrá que escoger entre personas que no respaldaban y que ofrecen pocas esperanzas. Además, Keiko Fujimori y Pedro Castillo representan respectivamente –en mi opinión– a la depredación y la intransigencia.
Parte del ADN fujimorista es el desprecio a la institucionalidad democrática. Han pasado veintiún años desde que el padre Alberto dejó al país con instituciones raquíticas, corrompidas e intervenidas. Se enriquecieron y permitieron que el Estado fuera capturado por sus allegados, empobreciendo los servicios recibidos por la mayoría. Debe ser la socialización política, pero bastó que su hija tuviera algo de poder para que su partido carcomiera como nunca antes al Parlamento nacional. Con este currículo, ¿qué hará con la fiscalía y los procesos que tiene pendientes?
¿A dónde pretende llegar Pedro Castillo con su intransigencia? Se compara con Evo Morales. Ridículo. En Bolivia, Morales siempre tuvo mayoría en diputados y solo una vez no la tuvo en el Senado, lo cual permitió que cumpliera con sus propuestas. Y tenía un partido… Escuchar bravatas y amenazas de un candidato que solo recibió el apoyo del 10% del total del electorado es delirante y patético.
Seguro que muchos peruanos quieren que se cambie la Constitución, pero ¿embarcarnos en ese proceso dilatado cuando estamos en tremenda crisis nacional? Nuestras energías y recursos gubernamentales necesitan ahora estar orientados a rescatar al país de la tragedia que ahora nos abruma.
Ya la decisión está tomada y la lógica nos dice que nos depara un futuro ominoso. ¿La única salida? Hago mía la recomendada por Alberto Vergara en este Diario (21/03/2021): lograr un acuerdo de ancha base para que los contrincantes políticos acuerdan no vacar y no disolver. Esto nos dará la calma y mesura necesaria para atacar la pandemia y la crisis económica que nos acompañará por dos años más.