El país está dividido y polarizado tras la segunda vuelta. Cada mitad atribuye a la otra las peores motivaciones previas y las más siniestras intenciones a futuro. Se temen mutuamente.
Es, hasta cierto punto, comprensible. A despecho de los lugares comunes de la autoauyuda y el positivismo tóxico, el miedo cumple una función bioquímica y evolutiva que nos protege de la muerte y la extinción. La escritora Karen Thompson Walker cuenta en una charla TED el caso del barco ballenero Essex, que naufragó en el Pacífico en 1820 tras ser golpeado por un cachalote (e inspiró el Moby Dick de Herman Melville). En 3 botes salvavidas, tenían 3 opciones: dirigirse a Hawaii –ruta de feroces tormentas–, a Sudamérica –tan lejos que se quedarían sin agua y víveres–, o a las Islas Marquesas –donde temían ser devorados por caníbales–. Optaron por el menos aterrador, en apariencia, de los riesgos: Sudamérica. Pero la mayoría murió de hambre y sed, y terminaron comiéndose entre ellos. Hicieron caso al miedo equivocado –caníbales– porque era el más vivido y dramático.
Thompson Walker sugiere enfrentar los miedos como Nabokov sugería abordar las narrativas: con la sensibilidad de un artista y la frialdad de escrutinio de un científico. Así gestionado, el miedo da lugar a lo que el gurú del management Jim Collins llama “paranoia productiva”: tomar las precauciones que impidan lo peor. No se trata, pues, de “votar sin miedo”, sino de gestionar inteligentemente los temores que ambos candidatos despiertan. En vez de eso, prevalecen narrativas que edulcoran autoengañosamente al candidato escogido y satanizan al contrario (05.06.21). Y es que, para el psicólogo canadiense Jordan Peterson, la arquitectura de nuestras creencias consiste en ver intenciones en los hechos (rayo=dios molesto).
El antivoto de Keiko Fujimori supone equipararla a los caníbales que temían nuestros náufragos: además de su inmadurez, torpeza política (“fraude”) y exabruptos autoritarios –indiscutibles–, es presentada como líder de una organización criminal, lavadora de activos y cómplice de esterilizaciones forzosas y torturas a su madre. Tan mala, que las irregularidades electorales que ha denunciado denotan su perversidad racista de querer anular la voluntad de los más pobres. Pero un escrutinio más crítico desconfía de las extravagantes teorías penales –contrarias a los principios garantistas– que equiparan aportes ilícitos con lavado, y la intención natural de cualquier agrupación política (el poder) con una vocación delictuosa… además de las especulaciones sin comprobar de varias imputaciones y motivaciones.
Los caníbales para la otra mitad del país, poco más o menos, son desde luego el terrorismo comunista y el estatismo izquierdista. Un pavor tan mal gestionado por la derecha ultramontana, que creyó ver en figuras de centro, o a lo mucho centro izquierda, como el presidente Francisco Sagasti o los excandidatos George Forsyth y Julio Guzmán (y/o sus respectivos entornos), a las reencarnaciones del marxismo-leninismo; y en los más sinceramente izquierdistas Verónika Mendoza y Yonhy Lescano a “terrucos”. La derecha ungió así liderazgos tan ineficaces como la propia Fujimori (odiada por medio país), Rafael López Aliaga (gran polarizador) o Hernando de Soto (divorciado de la realidad), para no hablar de los balbuceantes Manuel Merino o Ántero Flórez-Araoz (sin comentarios). Entretenida en esa dialéctica, se le pasó “por la huacha” el profesor Pedro Castillo, con su trayectoria y allegados ultraizquierdistas y sus promesas disolventes y anti-democráticas (Asamblea Constituyente, amenazas a la libertad de prensa, al TC, Defensoría del Pueblo, etc). Cuando quiso advertir de ese real peligro, fue demasiado tarde: había perdido credibilidad. Pocas veces se ha visto una paranoia más improductiva.
Tampoco se puede esperar “paranoia productiva” de la izquierda más moderada y su apoyo supuestamente reticente y vigilante hacia Castillo, cuyos excesos de fondo y forma ha ignorado o explicado condescendientemente, en lugar de condenarlos; mientras rechaza a priori los indicios preocupantes que Fuerza Popular ha sometido a las autoridades competentes e independientes (JNE).
Así llegamos a este día, sábado 19 de junio, con dos marchas antagónicas convocadas a la misma hora en lugares próximos, la crispación al límite y el miedo al otro a flor de piel. Los peruanos podríamos, pues, terminar como los tripulantes del Essex: escogiendo el camino largo de la hambruna solo para terminar convirtiéndonos en los caníbales que creíamos haber eludido.