Tal vez la pieza más representativa del sistema democrático sean las elecciones, la capacidad que tienen los ciudadanos de elegir libremente a sus representantes en los distintos cargos que articulan la cosa pública. Como sostienen distintos estudios, los comicios cumplen un rol central en la consolidación, estabilización y desarrollo de los sistemas democráticos. Este hecho no ha pasado desapercibido para los peruanos, y sin duda es uno de los factores por los cuales –contra viento y marea– hoy nos encontramos encaminados a nuestro quinto proceso consecutivo.
Las elecciones de abril nos permitirán elegir a nuestros representantes en el Poder Ejecutivo y Legislativo y, en tal sentido, los ciudadanos cumpliremos nuestro rol de delegar en ellos la articulación del Estado. No obstante, las elecciones cumplen otros roles de vital importancia, y que suelen pasar desapercibidos. Tomar conciencia de dicho valor podría incentivar una mayor preocupación por parte de la ciudadanía a la hora de elegir.
Dos de los tantos propósitos que cumplen las elecciones son los de seleccionar a los líderes políticos (y las ideas que representan), así como también el de legitimar a dicha selección en el poder político. Por supuesto, aquellos elegidos para dirigir el Ejecutivo y los partidos que logren cuotas importantes de poder en el Legislativo son los más favorecidos, pero no los únicos. Quienes pasen la valla y obtengan un sitio preferencial en las elecciones suelen gozar, por el resto del quinquenio, de cierta notoriedad pública que les permitirá ejercer poder (sea como aliado u oposición) a lo largo del período, y en dicho sentido se favorecerán de cobertura mediática y acceso a foros, así como de relaciones con autoridades y, por supuesto, ascendencia sobre los miembros de las bancadas que lo representan.
Pero más importante que la selección es la legitimidad de la que gozan dichos líderes en adelante. Gobernantes o legisladores que se encuentran bajo investigaciones o procesos (sea por corrupción u otros delitos) gozan de un paraguas –casi inmediato– durante las elecciones; y si por ventura del voto popular logran pasar la valla, gozarán del mismo por un tiempo que se alargará a la par de los votos que logren. Este punto es crucial para la ciudadanía que busca fortalecer tanto la democracia como los valores éticos que guían nuestro futuro. Las elecciones nos permiten proveer de un halo de impunidad política o, por el contrario, castigar a todos aquellos que en el pasado se comportaron de manera vil y desleal con el pueblo peruano.
Las elecciones cumplen otros roles (como validar narrativas, auspiciar coaliciones, entre otros), pero pocos tan importantes como el de validar (o no) a la clase política que liderará el debate y posterior definición de políticas públicas. Los electores, entonces, estamos obligados no solo a identificar a quién delegamos para que tome esas decisiones, sino también a participar en la selección y legitimización de nuestra clase política. He ahí un importante trabajo que tenemos por delante.