Una encrucijada es un lugar donde se cruzan varios caminos, donde hace falta que escojamos el mejor. No siempre es sencillo, por lo que el término remite al sentimiento de incertidumbre y riesgo que rodea la decisión de escoger uno de los caminos. Y ahora en el mundo estamos en una gran encrucijada que es probablemente el preámbulo de otra encrucijada aun más seria.
En los últimos decenios, el mundo ha seguido el camino neoliberal. Muchas cosas buenas han ocurrido, siendo la principal la mejora económica y social de los países emergentes. Pero desde la crisis del 2008, se ha hecho evidente una creciente desafección con el neoliberalismo. Principalmente en los países desarrollados, donde sus políticas han llevado a un incremento de la rentabilidad y la acumulación de grandes excedentes financieros que no encuentran aplicación productiva por el retraso de las remuneraciones y la consiguiente falta de mercado.
La crisis llega también a la dimensión subjetiva, pues el sobreestímulo de una vitalidad dirigida al activismo y el éxito significa el descuido de los afectos y la soledad. Pero el malestar es definido como un proceso individual que tiene que enfrentarse a través de medicamentos. En el mundo neoliberal pues, estamos supercontrolados como criaturas ansiosas de éxito y reconocimiento. Ahora la ideología neoliberal está siendo activamente resistida pero en una forma que es poco conducente a un progreso de la humanidad.
La oposición más notable ha surgido en los últimos años en las clases populares de los países desarrollados y se ha encaminado hacia una regresión nacionalista. El proyecto europeo de trascender la nación para crear una comunidad mucho más vasta e inclusiva, es ahora resistido, en diferentes grados, en toda Europa. Siendo el síntoma más contundente el ‘brexit’ del Reino Unido.
Da pena constatar que el país que ha sido la cuna de la democracia en Europa se repliega sobre sí, abdica de sus responsabilidades y adopta como horizonte de sus políticas un nacionalismo estrecho y defensivo. La fórmula es impedir la migración, forzar la integración de los migrantes y rechazar los tratados de libre comercio para proteger a los puestos de trabajo. El proyecto implica un rechazo al multiculturalismo y la globalización.
El hecho concreto es que el malestar producido por el neoliberalismo ha sido canalizado por perspectivas de regreso al pasado lideradas por gente que no tiene problema en recurrir a la mentira y la demagogia. Personas poco consistentes que no tienen otro norte que la satisfacción de su impulsividad. El ejemplo es, desde luego, Donald Trump y su desprecio por la inteligencia y la exaltación maniaca de la potencia viril.
La globalización y el multiculturalismo están en cuestión y una posibilidad muy real es el regreso a la nación como instrumento de conseguir ventajas para los sectores que reclaman protección contra la inseguridad (desempleo, inestabilidad laboral, bajas remuneraciones) generada por la expansión neoliberal. No obstante, estas opciones se enfrentan a las clases ilustradas y están encabezadas por demagogos sin visión histórica. Entonces, detrás de la reacción nacionalista no se avizora un destino que podría darle una fuerza que le permita trascender la oposición al neoliberalismo para imaginar una sociedad diferente.
Los caminos a los que hemos llegado en la encrucijada que vivimos nos llevan a la globalización neoliberal o a la regresión nacionalista. Pero la idea de este artículo es que detrás de la encrucijada que observamos hay otra más profunda y decisiva. Me refiero, por supuesto, a los caminos que puede tomar la creciente secularización, el desvanecimiento de Dios en la cotidianidad. Aun en un contexto tan poco religioso, los valores cristianos pueden seguir siendo los ideales que nutran de sentido a la acción de la gente, impulsándola al amor y la responsabilidad. Pero nada está garantizado, pues el repliegue nacionalista conlleva el predominio de la tribalización y de un egoísmo colectivo que tiende hacia el nihilismo.
La lucha por definir el futuro es un combate de todos los días. Y es muy grande la incertidumbre, pues los signos de los tiempos son múltiples y equívocos. Entonces, solo cabe la apuesta, la fe. No ser uno de esos sujetos que como misiles están dirigidos a una sola cosa en la vida, al triunfo en la competencia. Y tampoco ser uno de esos que reclama la protección del Estado a partir de la exclusión y negación de derechos de los otros.