Cada año se producen películas tan buenas en Iberoamérica que es imperativo hacer algo para erradicar nuestra lamentable costumbre de no verlas ni conocerlas. Esta es quizá la principal conclusión que puede sacarse de la segunda entrega de los Premios Platino, celebrada hace una semana en Marbella, España.
La ceremonia reunió a productores y artistas de toda la región, se transmitió en directo a muchos de nuestros países y contó con la presencia de reconocidas estrellas como Antonio Banderas, Rita Moreno, Edward James Olmos, Adriana Barraza y Maribel Verdú.
Pero las verdaderas protagonistas de la noche fueron las películas. Elegidas entre más de 700 cintas, las nominadas a mejor film de ficción (la argentino-española “Relatos Salvajes”, la cubana “Conducta”, la venezolano-peruana “Pelo Malo”, la española “La Isla Mínima” y la uruguaya “Mr. Kaplan”) son evidencia de la elevada calidad de un cine que debemos considerar nuestro.
No es exagerado decir que este quinteto tiene tanto nivel como las nominadas al Oscar en un año cualquiera. Y sin embargo, salvo contadas excepciones, las películas más destacadas de Iberoamérica, pese a provenir de un universo cultural al que pertenecemos, no suelen pasar por nuestra cartelera, acaparada por la descomunal y excluyente presencia de Hollywood, de oferta tan inagotable como insuficiente.
Afortunadamente existe el Festival de Cine de Lima, que este año celebrará su decimonovena edición, entre el 7 y el 15 de agosto. Además de una muy atractiva programación de películas documentales, este año la competencia oficial de ficción, que incluye a cuatro filmes peruanos en calidad de estreno, trae también una selección de películas latinoamericanas que vienen de triunfar en los más exigentes festivales del mundo.
Ellas son: “La tierra y la sombra”, del colombiano César Acevedo, “Paulina”, del argentino Santiago Mitre y “El abrazo de la serpiente”, del también colombiano Ciro Guerra, las tres premiadas en el Festival de Cannes; y también “El Club”, del chileno Pablo Larraín, “Ixcanul”, del guatemalteco Jayro Bustamante y “600 millas”, del mexicano Gabriel Ripstein, merecedoras de galardones en el Festival de Berlín.
Consolidado como una estación obligada para lo mejor del cine latinoamericano, el Festival de Lima, al igual que la gran iniciativa de los Premios Platino, nos permite asomarnos a un cine en el que podemos reconocernos; un cine en el que sí existimos; en el que no somos solo espectadores, sino también protagonistas; un cine cuyas historias, rostros, acentos, paisajes, deleites y vicisitudes son todos nuestros; una pantalla convertida en espejo.
Pero no basta con una semana al año. Y los esfuerzos de nuestros productores y estados por promover un cine que nos celebra y nos cuestiona carece de sentido si estas historias no encuentran pantallas en las que proyectarse y sostenerse. Es indispensable que hallemos una fórmula, ojalá a escala iberoamericana, para que nuestro cine pueda hacer contrapeso; para que, sin excluir otras cinematografías, se vuelva costumbre, disfrute y exigencia encontrarnos con películas nuestras en la cartelera.