Las nuevas muestras de amor del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador hacia la dictadura de Cuba y la cumbre del fin de semana convocada por México con el apoyo de gobiernos de izquierda han hecho que muchos especulen que dicho país podría convertirse en el nuevo líder de un bloque izquierdista latinoamericano.
En los últimos días, López Obrador recibió al dictador cubano Miguel Díaz-Canel como invitado especial para hablar en la ceremonia del 16 de septiembre por el aniversario de la independencia de México. Como lo dije en mi columna más reciente, eso fue una bofetada a la democracia, a los derechos humanos y a la dignidad de México.
Y el 18 de septiembre, México fue sede de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Anteriormente, López Obrador había dicho que esta buscaría reemplazar o transformar radicalmente a la Organización de Estados Americanos (OEA). De hecho, también ha sugerido que la OEA, que ha defendido la democracia en Venezuela y Cuba, es un títere de Washington.
Sin embargo, no hay ni dinero ni poder político entre los gobiernos izquierdistas de América Latina para tratar de revivir un bloque regional “antiimperialista”, independientemente de qué país quisiera liderarlo.
México depende de Estados Unidos para casi el 80% de sus exportaciones y más de US$40 mil millones de dólares anuales en remesas familiares, que son una de sus mayores fuentes de ingresos. Eso por sí solo haría muy difícil que México se convierta en un líder antiestadounidense en la región.
Además, la presidencia rotativa de la CELAC que ejerce México termina en pocos meses. Y otros países de la región gobernados por la izquierda están en bancarrota o demasiado divididos políticamente para liderar un bloque regional.
A diferencia de lo que sucedió en la década del 2000, Venezuela atraviesa la peor crisis económica de su historia reciente. Brasil, el país más grande de la región, ha girado desde entonces hacia la extrema derecha, y el Gobierno de Argentina está sumido en una grave crisis política interna.
López Obrador se vio obligado a bajarle el tono a su plan de aprobar una resolución de la CELAC para reemplazar a la OEA al no conseguir el apoyo de la mayoría de los países latinoamericanos. Solo Venezuela, Cuba, Nicaragua, Argentina y Bolivia apoyaron su propuesta inicial de disolver o reemplazar a la OEA.
La idea de reemplazar a la OEA por la CELAC o una institución parecida era un poco descabellada de entrada.
La CELAC es una institución que existe principalmente en el papel: no tiene una sede ni una conducción permanente ni personal ni financiamiento. Además, no incluye a Brasil, Canadá ni Estados Unidos.
En comparación, la OEA tiene un presupuesto anual de US$80 millones de dólares, una plantilla de unas 400 personas, una Corte Interamericana de Derechos Humanos con sede en Costa Rica y varias agencias. Se necesitarían años, si no décadas, para reemplazar estas instituciones.
Lo más probable es que López Obrador intensificó su retórica a favor de Cuba y de la CELAC por razones políticas internas.
Por supuesto, no podemos descartar la posibilidad de que surja un bloque radical de izquierda en el futuro.
El sueño de los partidarios de la dictadura cubana es que, tras la reciente victoria de la extrema izquierda en el Perú, sean los candidatos de izquierda los que ganen las elecciones del 21 de noviembre en Chile, las de Brasil y Colombia en el 2022, y que el Gobierno de Argentina logre superar de alguna manera su actual crisis.
Pero, incluso en el poco probable caso de que pasaran todas estas cosas, a fines del año próximo, López Obrador estará al final de su mandato y, por lo tanto, tendrá menos peso político. Por el momento, no habrá ninguna “marea rosa” en la región, y mucho menos una liderada por México.
–Glosado y editado–
© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC