La campaña electoral en Lima y el inicio accidentado de la implementación del corredor azul han traslucido prejuicios y estereotipos sociales que se filtran a la política de manera perversa, sin ser advertidos por autoridades, candidatos y líderes de opinión. Los sectores ‘populares’ y su comportamiento político y social han sido específicamente el objeto de esta estigmatización inadvertida que expresa la fragmentación y aislamiento de nuestras mentes.Un primer caso tiene que ver con la ejecución de la reforma del transporte en el corredor azul. Por un lado, la implementación de esta política urbana fue muy irrespetuosa para el supuesto ‘beneficiario’. Se apresuró una medida con consecuencias inmanejables como la desinformación y falta de previsión. Por otro lado, las respuestas de las autoridades ante su ineficiencia trasluce cierta discriminación social. En el discurso de los funcionarios públicos, no hay un mea culpa y disculpas públicas, sino básicamente un ataque al vecino perjudicado. Para el discurso oficial, las quejas de largas colas, de tiempo de espera elevado en paraderos y la distancia peatonal adicional son muestras de falta de ‘civismo’.Como se sabe, los principales perjudicados con esta medida han sido los vecinos de El Rímac, distrito de un promedio de ingresos medios bajos y bajos, altamente dependiente del transporte público. Sus quejas ante la ineficiencia no son antojadizas. Las críticas de los transportistas afectados tienen otro cariz; pero mostrar a estos últimos como manipuladores de los bajopontinos es un facilismo justificatorio muy irresponsable. Con este tipo de prédica se estigmatiza aun más al “poblador” (Villarán dixit) que se le ofrece un pésimo servicio. Así, parecería que para nuestras mentes brillantes de la alcaldía el rimense no es ‘cívico’, está acostumbrado a la cultura ‘combi’ y es manipulable. Del mismo modo, la movilización que promoviera el ex alcalde Castañeda generó una interpretación peyorativa sobre las motivaciones de los adherentes solidarios. La distribución de arroz con pollo entre los asistentes a la marcha amarilla fue presentada como único y miserable incentivo para movilizar apoyo a favor de Castañeda. Es decir, se construye una falacia alrededor de los recursos que políticos disponen –en cualquier parte del mundo– para movilizar a personas de bajos recursos: asegurar transporte (buses) y alimentación. Las clases medias que participan en manifestaciones públicas –para defender el respeto a las minorías, por ejemplo– pueden asumir esos costos; pero no así los de menores ingresos. Pero atribuir carácter de motivación a la facilitación de un incentivo solo agudiza aun más la imagen negativa del actor movilizado.La descalificación como falta de civismo y la falacia del arroz con pollo reproducen un estereotipo negativo sobre los sectores populares que la política busca representar. El silencio de Castañeda se aúna a este desprecio por ‘los de abajo’ porque implica que no ‘escuchan’ propuestas. Nuestra oferta política es lamentable porque mientras el silencio de Castañeda es soberbio; la ceguera de Villarán es discriminadora. Esta campaña ha demostrado que no existe una clase política capaz de representar con respeto a los limeños.