Como agudamente apuntó Kenji Fujimori este jueves, el hemiciclo del Congreso se asemeja ahora al coliseo romano. La última víctima en ser devorada por los leones ha sido el ministro de Economía Alfredo Thorne. Pero el espectáculo no puede parar y la próxima semana posiblemente se engullirán al del Interior, Carlos Basombrío.
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En realidad, no es sorprendente. Y es que, como era de esperarse, la oposición encabezada por el fujimorismo avanza ante las obvias muestras de debilidad e impericia de un gobierno frágil y sin rumbo.
En una insólita declaración, el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK), en el mismo momento en que Thorne y los parlamentarios del oficialismo trataban de defenderse de la arremetida opositora en el hemiciclo, dijo que ya tenía “un plan de reemplazo en caso de que lo peor ocurra”. Antes de que el enfermo falleciera le envió la corona fúnebre.
Pocos minutos después el maltratado ministro dio a entender que renunciaría, aunque al momento de escribir estas líneas no hay información oficial al respecto.
Si es así, sería un triunfo completo de la oposición, que no tendría que acumular otra censura en su cuenta ni pagar un precio político por haber forzado la salida de un ministro de Economía, cosa excepcional aun en el siempre alborotado panorama político peruano.
Así las cosas, más le convendría al gobierno dejar que la oposición cumpla con su amenaza de guillotinarlo.
En cualquier caso, renuncia o censura, la salida de Thorne sería un golpe durísimo para el gobierno y en especial para el presidente Pedro Pablo Kuczynski, porque no solo lo considera un técnico capaz, sino es su amigo, lo conoce desde hace tiempo y confía en él. Eso es muy importante para PPK, ya muy golpeado por la partida de Martín Vizcarra.
Hace unos meses, cuando el Perú estaba devastado por El Niño costero, escribí en esta columna que “casi todos los analistas han coincidido en que los desastres naturales constituyen una magnífica oportunidad para que el gobierno demuestre su valía, remonte el descenso de su aprobación y supere la fragilidad que lo caracteriza. En verdad, casi todos los que opinan en ese sentido creen que eso ocurrirá y que el gobierno tendrá un auspicioso segundo debut porque –dicen– está realizando un magnífico trabajo. Discrepo de esas opiniones, que a mi parecer son más bien expresiones de buenos deseos”. Mi conclusión era que al final el resultado político sería adverso al gobierno. (“¿Una nueva oportunidad para el gobierno?”, 25.3.17).
Y poco después, cuando PPK lanzó la idea de liberar a Alberto Fujimori, advertí que “si la maniobra fracasa y, finalmente, Alberto no recobra la libertad, PPK tendría que enfrentar a un fujimorismo más enfurecido todavía, que ahora sí lo atacaría sin pausa ni contemplaciones”. Que es precisamente lo que está ocurriendo ahora. (“Liberación de Fujimori: jugada riesgosa”, 29.4.17).
El asunto es que lo que el gobierno necesita para poder sobrevivir es una estrategia política y operadores que la pongan en práctica. Un equipo tecnocrático empresarial como el que está en el gobierno desde el primer día, puede ser muy bueno para afrontar cierto tipo de desafíos, pero está demostrado que no alcanza para superar una situación como la actual, con una mayoría opositora abrumadora y agresiva en el Congreso.
En este momento se le presentan dos opciones extremas al gobierno de PPK. Una, tratar de apaciguar al fujimorismo, pasar el bache del enfriamiento de la economía y la tensión política, y apostar a que con una mejoría de la situación el próximo año, con campañas municipales y regionales, su situación pueda estabilizarse. Para ello tendrían que indultar a Alberto Fujimori.
La segunda es tomar la iniciativa en la confrontación, comportarse más agresivamente con la oposición y eventualmente plantear una cuestión de confianza ante la siguiente amenaza de censura. Eso podría llevar a una disolución del Congreso y nuevas elecciones parlamentarias.
Ambas posibilidades son riesgosas, pero cualquier cosa sería mejor para el gobierno que permanecer como hasta ahora, de tumbo en tumbo, sometido a las acometidas cada vez más implacables de la oposición que lo van desgastando sin pausa.
El desenlace ya no es un secreto. La posibilidad de vacancia presidencial y adelanto de elecciones es una contingencia que nadie puede descartar ahora.