Muchos estudios, desde campos tan distintos como la psicología, la economía del comportamiento o los negocios demuestran que en un grupo la diversidad genera valor. Ello porque al trabajar con gente diferente tendemos a a enfocarnos más en los hechos, a explicitar mejor nuestro razonamiento –lo cual eventualmente permite identificar errores en el proceso–, a ser más conscientes de nuestros sesgos involuntarios, y también porque los grupos diversos son más innovadores. Esto se ha probado en directorios de empresas, en jurados y otros cuerpos colegiados. En la última década hemos leído muchos estudios sobre cuánto puede aportar a la rentabilidad de una empresa el hecho de tener diversidad –género, raza, creencias–, hechos no solo por grandes universidades sino por las mejores consultorías económicas a nivel global.
Este tema no se circunscribe solo al mundo empresarial, aunque ese es el ámbito más estudiado y en el que la evidencia de creación de valor es más contundente porque las métricas e indicadores son objetivos y casi universales. Por ello, voy a referirme a un hecho del mundo de la lengua y la literatura. La Academia Peruana de la Lengua anunció hace poco el Festival del cuento corto peruano y en redes hubo malestar porque los diez expositores eran hombres. Con velocidad, la Academia adicionó una jornada a la cual se convocó a tres mujeres. Primero lo importante: se rectificó un error, estoy segura que involuntario, rápidamente. Ello habla muy bien de la Academia. Pero mas allá de esto, resulta importante reflexionar y comenzar a trabajar en evitar los continuos errores que parten del pensamiento grupal homogéneo.
El caso de las Academias de la Lengua es fascinante. Su misión es “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación [...] no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”, lo cual implica una tensión entre la innovación (por ejemplo, ‘chatear’ es aceptado como verbo) y un necesario conservadurismo, pues es el referente del “deber ser” (la gramática, sintaxis y ortografía correctas). En cierta medida, su propia misión lleva a las academias de la Lengua a la homogeneidad de pensamiento, pues para cumplirla es necesario no solo pertenecer al mundo de las letras, sino contar con una producción académica y trayectoria significativas. En la peruana podría haber mayor representación de mujeres, sin embargo, de sus 24 miembros, solo dos son mujeres. Ninguna en su actual Junta Directiva de seis miembros –aunque Martha Hildebrandt la integró hasta 2005–. Las Academias de Ecuador, Colombia y Chile si tienen al menos una mujer en sus directivas y España 3 de 9. México, al igual que Perú solo tiene hombres. La nuestra tiene el grupo de mayor edad promedio, lo cual suma al pensamiento homogéneo.
En los diálogos en redes sociales, algunos(as) sostienen que esta es una aproximación equivocada pues no debemos ver mujeres u hombres, sino solo personas a las que debemos juzgar por sus capacidades. Ese es un ideal a alcanzar que está, lamentablemente, lejos. Hoy, como sociedad, no somos capaces, por más que queramos, de “ver” las trayectorias de las mujeres. Ver, descubrir esas trayectorias y méritos, requiere de un esfuerzo consciente, como fue el caso de la Academia que, en horas, encontró tres mujeres, estoy segura que tan capaces y entendidas como los diez hombres que se habían identificado de inicio. También es un esfuerzo consciente encontrar la estupenda literatura femenina que, por haber sido menos premiada –justamente por sesgos inconscientes–, es de menor acceso a los sílabos escolares y universitarios y muchos etcéteras en otros ámbitos.
Los colectivos homogéneos –que son una pluralidad que se inclina a la redundancia independientemente del aporte intrínseco de cada integrante– comparten sus sesgos inconscientes y por eso les es difícil romper con las inercias sea en la conformación de paneles, jurados, directorios, en la selección de autores y artistas para antologías, etc. Esto ocurre aun cuando conscientemente esa no sea su intención. Hay una frase de Albert Einstein que resume bien esto: “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de conciencia en que se creó”. La incorporación de mayor diversidad en juntas directivas, jurados, directorios y otros colectivos abre esa posibilidad.